Antonio Canova Gonzalez / Doctor en Derecho
Discurso del profesor Antonio Canova González
Padrino de la Promoción LXIII de Derecho
Universidad Católica Andrés Bello
Caracas, 26 de mayo de 2021
Fracasé
Sí. Podría decir que he fracasado.
Fracasé en el plano económico, y estrepitosamente. Mis ahorros, en lugar de
aumentar, cada vez son menores. Mi nivel de vida ha bajado en los últimos
años.
Pero no he venido a pedir dinero.
No estoy por debajo de la línea internacional de la pobreza. Ni cerca. Y ya eso,
viviendo en Venezuela, me hace excepcional. Tengan en cuenta que somos un
país muy pobre, donde 96% de la gente está por debajo de esa línea y 79% en
situación de necesidad extrema.
Así que soy del 4% más rico de la población. Pero les digo: eso no cambia nada.
Tampoco me hace más feliz. Al contrario, me causa tristeza.
De lo que estoy hablando es de la primera acepción del diccionario de la lengua
española de la palabra “fracaso”, relativa a los medios económicos. Ahí,
fracasé. Y hablo de hechos, de dinero, que como todo en economía se puede
medir con precisión de céntimos.
Noches largas
Hace apenas dos días no sabía qué les diría en esta ocasión. He padecido esta
duda. Tengo ya un tiempo sin dormir.
Realmente, sí tengo mucho qué decirles en este día tan especial. Pero bien
saben que es mi tercer discurso como padrino en los últimos cinco años. Mi
problema no era tanto qué decir; era no repetir.
“Que ganemos dinero. Eso es lo que tienes qué decirnos; y en particular, cómo.
Así no tendremos que irnos”, me dijo uno de ustedes.
Sé que esa es la gran inquietud, válida, irreprochable, entre quienes empiezan
una carrera profesional en esta maltrecha Venezuela.
¿Cómo hablarles de ganar dinero cuando he fracasado en lo económico?
¿Cómo decirles que se queden?
Lo intentaré:
Les hablaré de dinero y también del fracaso, de esta Venezuela socialista, de
la felicidad y, en especial, de lo que deseo en el futuro para cada uno de
ustedes.
Trabajando para peor
Voy a empezar por mí, mi experiencia, mi realidad, que es lo que mejor
conozco: ¿Cómo es mi nivel de vida?
Tengo techo propio, ciertas comodidades, comida, servicios básicos, aunque
solo los muy básicos, costosos y bastante deficientes. Carezco de un buen
seguro en caso de enfermedad. Dos carros, ya viejos; uno de ellos está parado
por falta de repuestos.
Yo trabajé fuerte y disciplinadamente toda mi vida para resaltar en lo
profesional. La docencia, incluso, fue una manera de apuntalar mi desarrollo y
prestigio con miras al libre ejercicio de la abogacía. Me especialicé en Derecho
Público. Y si bien destaqué, y por mucho tiempo tuve un crecimiento
económico sostenido, ya en los últimos seis años no ha sido igual, ningún
trabajo importante. Son muchos los motivos, cierto, pero la que debía ser la
época más productiva en mi vida profesional, los años de oro para los que he
invertido tanta voluntad, podría etiquetarlos como calamitosos.
Mis ahorros disminuyen. No solamente no disfruto de lujos. Sino que, más
bien, vivo con limitaciones. Me privo cada día más, porque prefiero disponer
lo que tengo para mantener y educar a mis hijos. Y también ayudar a mi mamá,
a mi familia y a tantos amigos y conocidos que están pasándola mal, muy mal.
Mi futuro económico es incierto. Ni siquiera tengo acceso al crédito.
En lo económico, después de tanto tesón y dedicación, estoy cercano a la
quiebra.
Un fracasado feliz
El asunto del fracaso, como todo, es complejo. Por eso la palabra tiene tantas
acepciones. Nunca encontrarán una relación directa causa- efecto.
Yo sé que no soy un fracasado.
No lo soy en ninguno de los otros sentidos de esa dura palabra. Al contrario,
soy un hombre orgulloso y feliz, pese a mi debacle económica. He tenido éxito
en todos los otros aspectos de la vida, que valoro incluso como más
importantes. Me siento buen hijo, soy un magnífico padre, un fiel amigo. No
tengo enemigos.
Y en lo profesional he actuado siempre bien en mi vida: he estudiado, me he
esforzado, he sido organizado, planificado, arriesgado, responsable, he
trabajado fuerte y le he puesto pasión a todo lo que hago. Y en especial, he
obrado con decencia.
Estoy consciente de que esta quiebra económica no es mía.
El fracaso es de este país. De esta sociedad despedazada.
Como abogado, yo no he tenido grandes trabajos porque sencillamente no los
hay desde un hace tiempo para acá. Venezuela se ha reducido a menos de la
mitad en estos seis años. Nadie invierte aquí. Nadie apuesta. Ninguna empresa
quiere venir. Siendo éste un país cada vez más pobre, es normal que mi cuenta
bancaria vaya en la misma dirección ¿No?
Ese empobrecimiento general es el resultado inevitable, comprobado
empíricamente, de las políticas económicas socialistas y sus correspondientes
esquemas de controles, restricciones, aberraciones. Así ha sido siempre y en
todo lugar. Lo que colapsó fue el sistema colectivista, ya que se funda en unas
ideas erradas y falsas.
Este socialismo actual, el de los últimos 20 años, el mismo que arrastramos
desde hace 40 antes, es perverso y castrador. A ese modelo se debe el malogro
de esta sociedad, el quiebre de la mayoría de los venezolanos, y, bueno,
también el que me afecta a mí.
¿Qué puede esperarse de un sistema liberticida y estatista? Obvio, que
castigue a los productores y premie a los saqueadores ¿No lo ven? Es perverso:
Te arruina si eres decente y trabajador, y te hace subir, cual cohete, si eres
cruel y ladrón.
Esto ha de saberlo quien viva en socialismo: actuar decentemente es tomar la
autovía a la ruina económica.
Veo alrededor a mucha gente confundida. Deprimida. Personas valiosas y
útiles se piensan fracasadas, cuando no lo son. Quizá no lo vean porque el
propio Estado se ha creado su religión, y al educar a todos de forma “gratuita”,
pero obligatoriamente, nos la ha inculcado antes de que podamos reaccionar.
Estatolatría, en definitiva es esa la gran materia que nos dan en la escuela.
El sistema socialista es violento e inmoral. Siempre, empieza atacando a los
ricos, continúa produciendo más pobres y termina quebrándolos a todos
mediante la devaluación del dinero y la inflación.
¿Cómo emerger si nadamos en aguas traicioneras? ¿Cómo no irse abajo si esta
tierra se hunde?
Algunos libros
Llegó el momento que todos sabían no faltaría: voy a recomendarles algunos
libros.
El primero, Ayn Rand: La rebelión de Atlas.
Solo voy a leer una frase:
“Cuando adviertas que para producir necesitas la autorización de quienes no
producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes trafican
no con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por
el soborno y las influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te
protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están
protegidos contra ti; cuando repares que la corrupción es recompensada y la
honradez se convierte en un sacrificio personal, entonces podrás afirmar sin
temor a equivocarte que tu sociedad está condenada.”
Otro libro es de Adam Fergusson: Cuando muere el dinero. La pesadilla de la
hiperinflación en la República de Weimar.
En el prólogo, ya advertía:
“Una de las tareas de redacción más penosa que he tenido que afrontar ha
consistido en encontrar suficientes calificativos sencillos para expresar, sin
continuas repeticiones, la lamentable sucesión de desgracias que tuvo que
soportar el pueblo alemán durante aquellos años. Lloyd George escribía en
1932 que palabras como “quiebra”, “ruina” o “catástrofe” habían perdido su
auténtico significado, dado el uso generalizado que de ellas se hacía todos los
días. Incluso el mismo término “desastre” estaba devaluado. En los
documentos de la época la misma palabra era utilizada año tras año para
describir situaciones cada vez infinitamente más graves”.
Razón llevan Elías Canetti y Richard Pipes: Si el dinero lo produce, controla e
impone obligatoriamente el gobierno, al devaluarlo, la gente lo sentirá como
una disminución de su personalidad. Es deliberado.
¿Cómo no fracasar en lo económico, siendo decentes, en un sistema que fija
unas condiciones como éstas?
El socialismo demuele. Recuérdenlo, para que no se dejen quebrar. Y también
pervierte.
Felicidad diacrónica
Quiero traer ahora una idea que ya expresé aquí el año pasado: la felicidad
verdadera es la diacrónica.
La felicidad no es, como dicen muchos por ahí, pequeños momentos, o
instantes, desconectados todos de la línea central de tu vida.
La felicidad real es la que promueve la autorrealización, la que genera
autoestima. La idea misma de autoestima es algo que se gana. Es lo que
aparece luego de alcanzar las metas que nos hemos trazado, que nos hace
sentir valiosos, capaces, invencibles. La felicidad es esa sensación de gloria
luego de alcanzar con trabajo y esfuerzo, honestamente, sin dañar a los demás,
nuestros buenos propósitos.
Un ejemplo es lo que sienten ustedes hoy aquí, al graduarse de abogados tras
de años de estudio, sacrificios y muchas pruebas superadas.
Otro, mejor aún, lo que sienten sus padres, también hoy, al verlos triunfar. No
hay felicidad mayor.
Una muestra más es mi experiencia. Quizá a alguno le sirva: además del
bienestar de mi familia, el enfrentar este sistema, su maldad, el desenmascarar
sus ideas, en clases, charlas, investigaciones, escritos, me motiva a seguir y
seguir, sin desmayar. Pequeños logros, como el interés que he despertado en
muchos de ustedes en favor de la libertad, me dan grandes satisfacciones. Me
hacen feliz. Igual complacencia siento al ver crecer la ONG Un Estado de
Derecho, a la que he dedicado mis días y noches conforme avanzaba el
deterioro de mi vida profesional.
La felicidad se construye día a día en la medida en que enfrentas la vida, tus
retos y sus pruebas, de una manera que te hace sentir orgulloso.
Importa, pero no tanto, entonces, cuán abultada sea tu cuenta bancaria. La
clave de la felicidad está buscarle un sentido a la vida, algún objetivo que te
inspire y te lleve a entregarte, a intentarlo con pasión. Incluso algún
sufrimiento que te rete a superarlo o algún amor que te lleve a hacerte mejor.
Aún si fracasas habrá valido la pena. En la medida que vivas para ello, sin
corromperte, nunca tendrás nada de que reprocharte.
Si consigues un para qué, soportarás cualquier cómo
He fracasado, pero soy feliz.
Estar acá, el reconocimiento que me hacen al nombrarme padrino de
promoción, al elegirme para dar este discurso, el contar con la amistad de
todos ustedes, el despertarles la llama de la libertad individual, me hace tan
feliz como un depósito jugoso en mi cuenta.
La felicidad de una persona no se puede medir solo en lo económico. Aunque
tampoco nos engañemos: sí hay una correlación importante entre la felicidad
y la holgura material. Esto es evidente. La quiebra no hace más feliz a nadie,
nunca, en ningún lugar.
Pero tengan en cuenta que los circuitos cerebrales que se activan con las
gratificaciones económicas son los mismos que generan satisfacción por el
fruto del contacto humano y ganarse el respeto y la admiración de los demás.
Por eso es que incluso en los lugares más hostiles y en las circunstancias más
desesperadas siempre hay una oportunidad para sentirse satisfecho con uno
mismo, y ser feliz. Conozcan la historia de Víktor Frankl, la cuenta en su libro
El hombre en busca de sentido.
Estar consciente de esto y no perder la autoestima aunque el sistema te
devaste, te arruine, como les decía, es lo primero. Después, queda a cada uno
el aprovechar sus circunstancias, por más duras que sean, para darle un
sentido transcendente a su vida y, bueno, ponerse a trabajar.
A mí, decía, vivir aquí me ha hecho feliz. Soy mejor persona al ayudar, servir,
enseñar. Gozo con el reconocimiento de mi familia, de mis amigos, de mis
colegas, de todos ustedes, mis alumnos. Si bien disminuido materialmente, y
conviviendo de cerca con la más terrible injusticia, maldad y destrucción que
los humanos nos podemos infligir, he decidido seguir y, bueno, me doy por
bien pagado con la satisfacción y el gozo personal de mi acción.
Termino y no tengo respuesta
No sé cómo hacer dinero decentemente en un sistema socialista como éste,
tan perverso. Me parece que es muy difícil. Solo sé que si se corrompen, y se
acomodan y hacen parte de este sistema aniquilador, serán infelices.
Ustedes ahora deben decidir. Este acto de graduación es un cierre, y a la vez
un inicio.
Yo hace tiempo decidí quedarme. Y como decía: estoy satisfecho.
Pero quizá sea hora de buscarme otro camino. De hecho, siento tristeza de
pensar que esta podría ser la última vez en el Aula Magna de mi UCAB.
Solo estoy seguro de algo: donde esté, y hasta el último día, continuaré
buscando mi felicidad. Seguiré trabajando para que las personas como
ustedes, buenas, industriosas y decentes en este maltrecho país no se
quiebren, tengan el éxito económico que merecen y, si quieren, puedan
quedarse.
Queridos ahijados, deseo simplemente que busquen y alcancen la felicidad
verdadera. Que es tanto como anhelar que cada uno tenga la fuerza para
resistir las tentaciones, tan comunes por estas calles, que los podrían llevar al
fracaso. Fracaso, ese sí, total.
Cómo y dónde saldrán a buscar nuevos triunfos, a perseguir la felicidad, es lo
de menos. No se pongan limitaciones, menos se detengan por moralinas
tricolores. Tengan coraje para decidirlo cada uno con plena conciencia y, muy
especialmente, con libertad.
Los quiero mucho ¡Felicidades! ¡A celebrar!


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JUAN CRISÓSTOMO GARCÍA MADRIZ
Considero el discurso muy personal para quien lo realizó; sin embargo, no es más que el reflejo de la realidad palpable vivida por todos y cada uno de los profesionales que habitamos sobre la geografía venezolana tratando cada día de sobrellevar la situación caótica económica creación del régimen que dirige NUESTRO PAÍS desde hace dos décadas; enfrentando frustraciones, adversidades, negaciones, etc, poniendo a prueba nuestra fortaleza y coraje para continuar sin desmayar…