Queridos alumnos:
Hoy es uno de esos días especiales que recordarán toda su vida. Es un logro estar aquí, recibiendo un título universitario. ¡Felicitaciones! Fueron años de estudio, de dedicación, de sacrificio. Deben estar felices, orgullosos y satisfechos: ¡Lo lograron!
Quizá algunos de ustedes piensan que no fue tan difícil. Conocedores de sus capacidades, seguramente muchos sienten, ahora, que no había duda de que terminarían graduándose. Pero, igual, no olviden que no solo uno hace cosas en la vida; también la vida suele hacerle cosas a uno. A cada rato, de imprevisto, miles de circunstancias conspiran e impiden que uno llegue a sus metas.
En este caso, cada uno de ustedes, no solamente ha tenido la capacidad y determinación de llegar con bien al final de la carrera, sino que, además, tuvieron la estrella de que no ocurrió en este tiempo algo inesperado que les impidiera estar aquí hoy. Son personas afortunadas.
Graduarse en la más prestigiosa universidad del país es un gran logro. Insisto. Se han probado. Ya saben que pueden triunfar. Más que nunca tienen motivos para confiar en ustedes. De nuevo, les felicito.
Pero hay una razón más por la que deben estar felices: sus padres y familiares. Hoy también es un día inolvidable para ellos. Normalmente, una de las ilusiones de todo padre es darle lo mejor a sus hijos e impulsarles al éxito. Basta voltear la mirada y observar a sus padres y familiares hinchados, orgullosos, por ustedes; pero también por ellos, por haber cumplido. En unos años, si tienen la enorme ventura de ver a sus hijos graduarse, entenderán toda la felicidad que sus padres y familiares sienten también el día de hoy. A ustedes, padres, también ¡Mis felicitaciones!
En fin, han alcanzado una gran meta. Culminan una etapa… Ahora ¿Qué viene?
Quizá esperan que les diga a ustedes, flamantes universitarios, que tienen un compromiso con Venezuela y son responsables de construir el futuro del país. Lo han escuchado muchas veces. Ayer y hoy, sin cesar. No tengo dudas de que todos tienen esa carga. Sé que muchos piensan: “Ahora, ya graduado, debo trabajar en y por Venezuela. Estoy en deuda con mi país. Debo hacer de Venezuela un lugar mejor. Debo sacrificarme. No puedo traicionarle”.
Si en efecto piensan así, les confieso que creo que están equivocados. No estoy de acuerdo. Desde mi visión, partirían de una falsa premisa, de un error. Estarían poniendo al grupo, al colectivo, por encima de los individuos. En concreto, el futuro de ustedes quedaría subordinado a los supuestos intereses de Venezuela. Eso es inaceptable.
Creo y defiendo la libertad individual, con su consiguiente responsabilidad personal, como los pilares fundamentales del actuar de las personas. Por eso, no comparto esa moralidad. No puedo consentir un sacrificio personal como ése. Simplemente, no creo que deba exigírsele a nadie que deje su vida para el beneficio de otros. Comparto el lema que guiaba a John Galt, el protagonista de Ayn Rand en La Rebelión de Atlas: “Juro por mi vida y por mi amor por ella, que nunca viviré para otra persona, ni pediré a otra persona que viva para mí”. Esto es así, entiendo, más aún cuando ese sacrificio propio se plantea no frente a otra persona, sino a un colectivo tan difuso y confuso como un Estado o nación.
Creo, más bien, que si bien tienen un gran compromiso y deuda no lo es con el país, con Venezuela, sino con ustedes mismos. Ustedes son responsables de construir su propio futuro. Todo lo que hagan, entonces, para desarrollar su potencialidad, aumentar sus habilidades, para crecer, para ser mejores, para buscar la felicidad, estará más que justificado. Nadie nunca podrá juzgarlos.
Por tanto, cada uno de ustedes ha de decidir cuál es su proyecto de vida. Lo que supone establecer cómo y dónde quieren vivir; cómo y dónde buscarán su realización personal y su felicidad. Es la decisión de cada uno de ustedes, Una decisión personal, libre, soberana.
De modo que, si deciden que su vida han de llevarla y su felicidad han de buscarla lejos de aquí, no titubeen ni se frenen por nada: ¡Adelante!
Si, en cambio, toman la decisión se quedarse en Venezuela: siguen siendo bienvenidos. Espero que se sumen a la defensa de la libertad, la vida y la propiedad, principios que han hecho siempre grandes y prósperas a las sociedades y, en consecuencia, enfrenten con todas sus fuerzas y con plena gallardía esta dictadura socialista, militar y criminal que azota este pobre país. Les prometo una gesta épica, cargada de romanticismo; heroica. No son muchos los que podrán decir que lucharon con las solas armas de la razón, de las ideas y del Derecho contra un régimen despótico. Creo que lo único que puede motivar vivir en una dictadura, es la oportunidad de ser héroe y de luchar contra esa dictadura.
Este es mi primer consejo. Lo repito: es cierto que tienen un compromiso, enorme, pero solo con ustedes mismos. No con Venezuela ni con los venezolanos; solo con ustedes. Nada más, nada menos.
Y ya que me ha dado por dar consejos, y me parece que ustedes, hoy, no tienen más remedio que escucharlos, tengo otros tres más que quiero compartir.
Busquen la excelencia, siempre. El conformismo y la mediocridad es un cáncer que deben extirpar.
Pero alcanzar cotas de excelencia no es tarea fácil. Requiere dedicación, esfuerzo y constancia. Por eso les recomiendo: busquen la excelencia siempre, pero no en todo lo que hagan. Pretender ser excelente siempre y en todo es banalizar esa meta. Será inevitable ser regular en todo. Les pediría, entonces, que decidan unas cuatro o cinco aspiraciones en las que pondrán todo su empeño. Piensen, reflexionen, resuelvan en qué pocas cuestiones se concentrarán; en qué serán los mejores; y trabajen ordenada e incansablemente, en conseguirlo.
Su profesión, por ejemplo, podría ser una de esas cosas en las que han de poner todo su esfuerzo por aprender, resaltar y triunfar. Cuando sean padres, verán como ese es otro aspecto en el que querrán ser excelentes. Y así… Decidan en qué serán insuperables.
Para acercarse a esto, todos los días, deben ser críticos. Cuestionen siempre todo y a todos. Nunca den nada por bueno, de inicio. Y, en primer término, sean críticos con ustedes mismos. Un buen ejercicio es, de vez en cuando, verse a ustedes desde afuera como si fueran otra persona y como si su presente fuese ya pasado. Descríbanse como lo haría un extraño. Les ayudará a mejorar.
Mi otro consejo es que no descuiden, ahora con su nueva profesión y los retos que asumirán en el trabajo, los otros aspectos fundamentales de la vida.
Me refiero, antes que nada, a su familia. Sin duda la familia es el mayor tesoro de una persona. Son quienes están y estarán en las buenas y en las malas, siempre, sin esperar nada a cambio. Tomen consciencia del tesoro de tener y de formar y cultivar una familia unida. Los amigos, también; de hecho, es lo más parecido a una familia. Busquen un pasatiempo, un hobby, una distracción. Algo que colme su tiempo libre. No olviden tampoco la cultura. Viajar, disfrutar un buen museo, ir a conciertos, a la ópera, leer alguna obra de literatura, historia y economía, oír música todos los días.
En pocas palabras: son profesionales universitarios, pero no sean solo eso.
El último consejo que me atrevo a darles es el más importante: lleven una vida de bien.
No es difícil discernir entre el bien y el mal. Ustedes son gente capaz, inteligente, seria. Todos están en condiciones de saber, al menos en la gran mayoría de las encrucijadas que se les presenten, si están obrando bien o no. Las metas en sus vidas, en lo académico, profesional, económico, todas, mientras sean conseguidas decentemente, serán motivo de regocijo y plenitud sincera.
Cuando para conseguir algunos fines se vean que no están reparando en los medios; cuando acudan para lograrlos a la corrupción, al abuso, a la mentira, habrán fracasado como personas. Lo peor: ustedes sabrán que fracasaron.
Un economista austriaco, Ludwig von Mises, tenía como principio rector de su vida el siguiente: “Jamás cedas ante el mal, sino combátelo con tu mayor fuerza”. No en vano Mises dedicó su vida a demostrar que el socialismo es un vil engaño, irrealizable lógica y económicamente; y que la destrucción sistemática de la libertad individual, del Estado de Derecho y de los derechos de propiedad conduce a la injusticia, a la opresión y a la miseria de la mayoría, en beneficio de unos pocos. No cedió, y dedicó su vida a combatir el mal disfrazado en altruismo.
Créanme, queridos alumnos, no hay mejor almohada que una conciencia tranquila.
Todo esto se aplica para todas las cosas que hagan en su vida, pero también, y les recuerdo, para cuando sea la vida la que les ponga pruebas. En las situaciones extremas, cuando piensen que nada tiene sentido, cuando sientan que la fortuna dejó de sonreírles, aun cuando todos los incentivos lleven al envilecimiento, manténganse actuando como gente decente. Nadie tiene derecho de dañar a otros, ni siquiera en las peores condiciones. Tengan el valor de responder siempre a la vida con una conducta recta y adecuada. Sean ejemplares. Un modelo de bien, siempre y en todos y cada uno de los aspectos de su vida.
Y esto pasa por no ceder ante el mal nunca. Es casi imposible ser corrupto o mentiroso o abusivo por una sola vez o solo a veces. Al pasar la barrera del mal en una ocasión, al haberse fallado a ustedes mismos una primera oportunidad, se hace cuesta arriba enderezar el camino, en especial en momentos difíciles.
En pocas palabras: hay dos razas de hombres en el mundo, solo dos: la de los hombres decentes y la de los indecentes.
Incluso cuando todo esté en contra, como ocurre ahora en Venezuela, escojan firme y decididamente ser de la raza de las personas de bien, de las decentes. Y es que, piensen, qué tragedia debe ser llegar al final de la existencia avergonzado, arrepentido, sabiendo que adoptaron el mal como forma de vida. Qué miseria el saber que el mundo hubiera sido mejor si uno no hubiera nacido.
Este es mi consejo final. Tómenlo…
No tengo mucho más que decirles. Acaso darles las gracias por permitirme pronunciar estas palabras.
Comienzan, hoy, una vida nueva. Un viaje de éxitos, de trabajo, de excelencia, de constante autocrítica, de bien. Un viaje con triunfos y fracasos, alegrías y tristezas. Un viaje irrepetible. Hagan que su vida tenga sentido. Que estén orgullosos de todo lo que hicieron y de cómo lo lograron. Y hablando del sentido de la vida, cierro con una cita de un psiquiatra austriaco, Viktor Frankl, sobreviviente de un campo de concentración nazi. Decía:
“El pesimista se parece al hombre que, día a día, arranca la hoja del almanaque y observa, con miedo y tristeza, cómo se reduce según transcurre el tiempo. La persona activa también arranca las hojas, día a día, pero las va guardando después de escribir unas notas al dorso. Así conserva, con orgullo y goce, la riqueza que atesoran esas notas, escritas a lo largo de una vida vivida intensamente. ¿Para qué quiere saber que está envejeciendo? ¿Por qué tiene que sentir nostalgia de la juventud perdida? ¿Por qué ha de envidiar a los jóvenes? ¿Por sus posibilidades y el futuro que les espera? «No, gracias dirá—. En lugar de posibilidades por hacer yo cuento con las realidades de mi pasado: mis trabajos, los amores sentidos y regalados, los sufrimientos aceptados con valor. De esos sufrimientos precisamente me siento más orgulloso, aunque no susciten ninguna envidia”.
Hagan siempre lo posible e intenten con todas sus fuerzas que, al final de todo, puedan sentirse satisfechos y orgullosos del tiempo vivido en este mundo.
Queridos ahijados. Estoy convencido de que para ustedes el futuro no tiene límites ¡Vayan por él!
Muchas gracias.
Discurso del profesor Antonio Canova González
Padrino de la Promoción LIX de Derecho
Universidad Católica Andrés Bello
Caracas, 19 de enero de 2017
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