El día que abrió el último paquete de arroz que le quedaba, Edgar Siu (@siu_edgar) resolvió gastarse parte del poco dinero que tenía en dos cartulinas, tres metros de cordel y un marcador punta gruesa: elaboró dos pancartas, se las colgó en el cuello y salió a la calle a publicitar sus servicios de enseñanza particular de matemáticas y dibujo artístico. Eso fue a finales de abril 2020, en plena llegada del Covid-19, cuando lo que ganaba gracias a una clase por aquí, otra por allá, y a trabajos ocasionales como mesonero, dejó de alcanzarle siquiera para comer.
Aunque ofrecía tarifas casi inverosímiles, Edgar Siu seguía, un año después, sin conseguir la cantidad de alumnos suficiente para no tener que salir con sus avisos colgantes, todos los días, incluso fines de semana, a buscar mejor suerte.
En esa afanosa búsqueda estaba el pasado miércoles 12 de mayo, cuando lo vi en una esquina de La Castellana, Caracas, con el cartel que ofrecía clases y cursos de matemáticas: Álgebra I y II, Cálculo Integral, Cálculo Vectorial, Ecuaciones diferenciales ordinarias, Aritmética modular, Análisis Complejo I y II, Lógica, Teoría de conjuntos, Análisis matemático, Geometría euclidiana I, II y III, Geometría en coordenadas polares y Estadística.
Pasé frente a él y en principio no me detuve. Eran las abrasadoras dos de la tarde. Se me acababa de romper un zapato de la peor forma, de esa que anuncia que a los pocos pasos te dejará descalza. Iba arrastrando el pie accidentado, fingiendo una gran dignidad eso sí, rumbo al Centro San Ignacio para comprarme un calzado de emergencia. Caminé unos pocos metros, pero de pronto, como empujada por una ráfaga de sentido del deber, me devolví y le pedí permiso para tomarle una foto. Hecha la imagen, emprendí de nuevo mi penosa marcha.
Llegué frente a una zapatería en cuya puerta colgaba un cartelito con una promesa: “Vuelvo en diez minutos”. Aproveché para tuitear la foto y enseguida empezó a ocurrir “la magia del twitter”: llovían retuits, me gusta, respuestas de admiración, aliento, orgullo, tristeza, indignación y, también, por fin, muchos interesados en tomar sus clases: esa misma tarde lo contactaron de @vTutor_es, una reconocida plataforma de educación online, para invitarlo a unirse a su staff de tutores virtuales. Y a los minutos lo llamaron de otra academia europea, para lo mismo.
Detrás de la viralidad
Edgar Siu es de Macuto, estado Vargas. Tiene 26 años. Hace poco más de cinco se mudó a Caracas. Es el mayor de tres hermanos. Su mamá es ama de casa. Su papá era chofer y ahora es “todero”. Estudia Matemáticas en la Upel (Universidad Pedagógica Experimental Libertador), la principal institución pública dedicada a la formación de docentes en Venezuela. Lo conocí en persona dos días luego de su boom en redes y aún en ese momento él ignoraba el impacto real de su caso: cómo iba a saberlo si su único recurso tecnológico, un achacoso Alcatel Tetra con la consabida pantalla fracturada, a duras penas soporta Whatsapp.
No, no tiene computadora. Vive en Sabana Grande, en una habitación con techo de zinc por la que paga treinta dólares al mes.
Estudió primaria y bachillerato en colegios privados de Catia La Mar: el Carlos Soublette y el San José, respectivamente.
Comenzó en la Upel en octubre de 2011 y desde entonces da clases particulares. Pudo haber ingresado a la UCV (Universidad Central de Venezuela) a estudiar Matemática o Física, puesto que debido a su aptitud sobresaliente en esas materias, la Opsu (Oficina de Planificación del Sector Universitario) le garantizó ésas y otras opciones. Sin embargo, optó por la Universidad Pedagógica, porque su vocación es enseñar: enseñar matemáticas. “Llevo diez años en la Upel porque económicamente se me ha hecho cuesta arriba, algunos empleos me han absorbido bastante, y porque tampoco me han ayudado los paros, las protestas, la falta de profesores y, ahora, la pandemia”, me aclaró con un deje a medio camino entre la vergüenza y la fatiga.
Cursa materias de octavo y noveno semestre. Podría graduarse este mismo año; pero sabe que con todo y el enorme esfuerzo que reconoce a algunos de sus profesores, tal cosa es imposible. Puede que cuando egrese, en 2022 o cuando pueda, Edgar Siu sea el único graduado de su especialidad, tal como ha sucedido en las últimas promociones de la llamada “Universidad de los maestros”; de la cual -cada vez con más frecuencia- a veces no se titula ni uno.
Duerme pocas horas. Organiza el tiempo de manera estricta, tanto para dar clases, como para recibirlas, puesto que estudia por su cuenta materias avanzadas. Actualmente ve Álgebra lineal, Estructura algebraica. También le dedica horas de estudio y práctica del retratismo. Además, investiga por su cuenta sobre curvas paramétricas y análisis de nuevas curvas regladas polares.
No le cabe duda: “Muchos de los bachilleres que deciden estudiar carreras humanísticas únicamente por huir de las Matemáticas, lo hacen no por carencia de aptitud para los números, sino porque o no les enseñaron Matemáticas o se las enseñaron tan mal que les indujeron aversión”.
A Edgar Siu le gusta el dibujo artístico tanto como las Matemáticas. Para él no son hemisferios distantes sino, más bien, áreas que al integrarse conforman un vasto continente de creatividad. Eso explica por qué se esfuerza tanto en equiparar uno y otra, como tratando de que a él mismo no se le reconozca únicamente por su habilidad con los números y demás abstracciones. En Instagram es @edgarmatearte. Su especialidad es el retratismo. Da clases, cursos y también se dedica a sus propias obras. “Mi sueño es fundar una academia para enseñar matemáticas y artes plásticas con criterio de excelencia y disfrute, un lugar con tarifas solidarias al que puedan acceder los muchachos de bajos recursos, como yo. Quisiera que esa academia fuese, además, un centro de investigación. En mis sueños me veo como empresario de la educación”.
Con las mismas dice que se siente viviendo en una pesadilla de indignidad. “Tuve que esperar casi tres años por el pasaporte, porque no tenía dinero para pagarle a un gestor”. No quiere irse de Venezuela, pero no ve otra opción. De hecho piensa que, si tuviera los medios, se iría cuanto antes y, dado que las clases en la Upel pasaron a ser virtuales, terminaría la carrera desde el exterior. Nadie que lo vea pondría en duda sus palabras cuando afirma que en ocasiones se siente sobrepasado por el estrés de vivir en un país con tantas trabas y dificultades. Hace un par de semanas distribuyó su currículo en al menos diez colegios privados. Lo llamaron de uno muy prestigioso; pero le exigieron ser completamente bilingüe y él aún no se siente del todo preparado para dar clases en otro idioma. A raíz de eso, y de las oportunidades que se le abrieron después de la viralización de las pancartas, se impuso perfeccionar su inglés intermedio.
Le atraen Argentina y Estados Unidos. Parte de sus esperanzas han estado cifradas en la lotería de visas americanas.
Ya antes del boom de las pancartas, @Siu_edgar solo estaba ofreciendo clases y cursos a universitarios, especialmente a estudiantes de las distintas ingenierías, ciencias actuariales y economía. Las solicitudes de lecciones para primaria y bachillerato se las deriva a colegas. Y ahora, después del boom, también le está compartiendo oportunidades de trabajo incluso a sus profesores.
Casualidad afortunada
El azar fue muy generoso al poner a Edgar Siu en mi camino, porque desde que colaboro con la ONG Un estado de Derecho (UeD) me dedico a cazar historias educativas con el propósito de ayudar a sus protagonistas a narrarlas y transformarlas en autobiografías. Lo hice recién con las de María José España y Ángel Tajha: Mi bello viaje de Petare a la Ucab y ¿Quién dijo que un hombre no puede volar?, respectivamente, dos extraordinarios relatos en primera persona que así como emocionan también interpelan. Ambos constituyen los testimonios de arranque del proyecto Bello Árbol Venezuela, iniciativa de UeD para empujar una solución realista al grave problema de la educación en el país. La de Edgar Siu es otra historia indispensable, aunque encaminada hacia el final nada feliz de la emigración. Y no es que no me lo esperara, es que de algún modo, y por mucho que la realidad imponga lo previsible, uno siempre alberga, casi de manera inconsciente, la inclinación periodística hacia la épica patriótica del “yo me quedo en Venezuela”. (Como si lo que hace este estudiante de la Upel, perseverar en su meta de graduarse de educador, no fuese ya un esfuerzo de dimensiones heroicas). En esta entrevista preliminar le hice muchas preguntas y al final de las aproximadamente dos horas de conversación en un café de Altamira terminé interrogándome a mí misma: ¿Cómo pedirle a este muchacho que no se vaya?, ¿Cómo decirle que se quede si su sueño es ser empresario de la educación? ¿Cómo desalentar su más que merecido derecho a un futuro brillante, a una vida mejor? No puedo pedirle que no se vaya, no puedo decirle que se quede, no puedo desanimarlo con moralinas tricolores. Lo que sí puedo asegurarle es que su aleccionadora historia le infunde aún más fuerzas a los soñadores como él, que se empeñan en hacer de Venezuela un lugar donde todos, muy especialmente los emprendedores y los educadores, quieran y puedan quedarse. Mary Elizabeth León / Periodista @marytaleon
Comments