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Fracasé


Sí. Podría decir que he fracasado.


Fracasé en el plano económico, y estrepitosamente. Mis ahorros, en lugar de aumentar, cada vez son menores. Mi nivel de vida ha bajado en los últimos años.


Pero no he venido a pedir dinero.


No estoy por debajo de la línea internacional de la pobreza. Ni cerca. Y ya eso, viviendo en Venezuela, me hace excepcional. Tengan en cuenta que somos un país muy pobre, donde 96% de la gente está por debajo de esa línea y 79% en situación de necesidad extrema.


Así que soy del 4% más rico de la población. Pero les digo: eso no cambia nada. Tampoco me hace más feliz. Al contrario, me causa tristeza.


De lo que estoy hablando es de la primera acepción del diccionario de la lengua española de la palabra “fracaso”, relativa a los medios económicos. Ahí, fracasé. Y hablo de hechos, de dinero, que como todo en economía se puede medir con precisión de céntimos.


Noches largas


Hace apenas dos días no sabía qué les diría en esta ocasión. He padecido esta duda. Tengo ya un tiempo sin dormir.


Realmente, sí tengo mucho qué decirles en este día tan especial. Pero bien saben que es mi tercer discurso como padrino en los últimos cinco años. Mi problema no era tanto qué decir; era no repetir.


“Que ganemos dinero. Eso es lo que tienes qué decirnos; y en particular, cómo. Así no tendremos que irnos”, me dijo uno de ustedes.


Sé que esa es la gran inquietud, válida, irreprochable, entre quienes empiezan una carrera profesional en esta maltrecha Venezuela.


¿Cómo hablarles de ganar dinero cuando he fracasado en lo económico? ¿Cómo decirles que se queden?


Lo intentaré:


Les hablaré de dinero y también del fracaso, de esta Venezuela socialista, de la felicidad y, en especial, de lo que deseo en el futuro para cada uno de ustedes.


Trabajando para peor


Voy a empezar por mí, mi experiencia, mi realidad, que es lo que mejor conozco: ¿Cómo es mi nivel de vida?


Tengo techo propio, ciertas comodidades, comida, servicios básicos, aunque solo los muy básicos, costosos y bastante deficientes. Carezco de un buen seguro en caso de enfermedad. Dos carros, ya viejos; uno de ellos está parado por falta de repuestos.


Yo trabajé fuerte y disciplinadamente toda mi vida para resaltar en lo profesional. La docencia, incluso, fue una manera de apuntalar mi desarrollo y prestigio con miras al libre ejercicio de la abogacía. Me especialicé en Derecho Público. Y si bien destaqué, y por mucho tiempo tuve un crecimiento económico sostenido, ya en los últimos seis años no ha sido igual, ningún trabajo importante. Son muchos los motivos, cierto, pero la que debía ser la época más productiva en mi vida profesional, los años de oro para los que he invertido tanta voluntad, podría etiquetarlos como calamitosos.


Mis ahorros disminuyen. No solamente no disfruto de lujos. Sino que, más bien, vivo con limitaciones. Me privo cada día más, porque prefiero disponer lo que tengo para mantener y educar a mis hijos. Y también ayudar a mi mamá, a mi familia y a tantos amigos y conocidos que están pasándola mal, muy mal.


Mi futuro económico es incierto. Ni siquiera tengo acceso al crédito.


En lo económico, después de tanto tesón y dedicación, estoy cercano a la quiebra.


Un fracasado feliz


El asunto del fracaso, como todo, es complejo. Por eso la palabra tiene tantas acepciones. Nunca encontrarán una relación directa causa- efecto.


Yo sé que no soy un fracasado.


No lo soy en ninguno de los otros sentidos de esa dura palabra. Al contrario, soy un hombre orgulloso y feliz, pese a mi debacle económica. He tenido éxito en todos los otros aspectos de la vida, que valoro incluso como más importantes. Me siento buen hijo, soy un magnífico padre, un fiel amigo. No tengo enemigos.


Y en lo profesional he actuado siempre bien en mi vida: he estudiado, me he esforzado, he sido organizado, planificado, arriesgado, responsable, he trabajado fuerte y le he puesto pasión a todo lo que hago. Y en especial, he obrado con decencia.


Estoy consciente de que esta quiebra económica no es mía.


El fracaso es de este país. De esta sociedad despedazada.


Como abogado, yo no he tenido grandes trabajos porque sencillamente no los hay desde un hace tiempo para acá. Venezuela se ha reducido a menos de la mitad en estos seis años. Nadie invierte aquí. Nadie apuesta. Ninguna empresa quiere venir. Siendo éste un país cada vez más pobre, es normal que mi cuenta bancaria vaya en la misma dirección ¿No?


Ese empobrecimiento general es el resultado inevitable, comprobado empíricamente, de las políticas económicas socialistas y sus correspondientes esquemas de controles, restricciones, aberraciones. Así ha sido siempre y en todo lugar. Lo que colapsó fue el sistema colectivista, ya que se funda en unas ideas erradas y falsas.


Este socialismo actual, el de los últimos 20 años, el mismo que arrastramos desde hace 40 antes, es perverso y castrador. A ese modelo se debe el malogro de esta sociedad, el quiebre de la mayoría de los venezolanos, y, bueno, también el que me afecta a mí.


¿Qué puede esperarse de un sistema liberticida y estatista? Obvio, que castigue a los productores y premie a los saqueadores ¿No lo ven? Es perverso: Te arruina si eres decente y trabajador, y te hace subir, cual cohete, si eres cruel y ladrón.


Esto ha de saberlo quien viva en socialismo: actuar decentemente es tomar la autovía a la ruina económica.


Veo alrededor a mucha gente confundida. Deprimida. Personas valiosas y útiles se piensan fracasadas, cuando no lo son. Quizá no lo vean porque el propio Estado se ha creado su religión, y al educar a todos de forma “gratuita”, pero obligatoriamente, nos la ha inculcado antes de que podamos reaccionar. Estatolatría, en definitiva es esa la gran materia que nos dan en la escuela.


El sistema socialista es violento e inmoral. Siempre, empieza atacando a los ricos, continúa produciendo más pobres y termina quebrándolos a todos mediante la devaluación del dinero y la inflación.


¿Cómo emerger si nadamos en aguas traicioneras? ¿Cómo no irse abajo si esta tierra se hunde?


Algunos libros


Llegó el momento que todos sabían no faltaría: voy a recomendarles algunos libros.

El primero, Ayn Rand: La rebelión de Atlas.


Solo voy a leer una frase:


"Cuando adviertas que para producir necesitas la autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes trafican no con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y las influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando repares que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un sacrificio personal, entonces podrás afirmar sin temor a equivocarte que tu sociedad está condenada."


Otro libro es de Adam Fergusson: Cuando muere el dinero. La pesadilla de la hiperinflación en la República de Weimar.


En el prólogo, ya advertía:


“Una de las tareas de redacción más penosa que he tenido que afrontar ha consistido en encontrar suficientes calificativos sencillos para expresar, sin continuas repeticiones, la lamentable sucesión de desgracias que tuvo que soportar el pueblo alemán durante aquellos años. Lloyd George escribía en 1932 que palabras como “quiebra”, “ruina” o “catástrofe” habían perdido su auténtico significado, dado el uso generalizado que de ellas se hacía todos los días. Incluso el mismo término “desastre” estaba devaluado. En los documentos de la época la misma palabra era utilizada año tras año para describir situaciones cada vez infinitamente más graves”.


Razón llevan Elías Canetti y Richard Pipes: Si el dinero lo produce, controla e impone obligatoriamente el gobierno, al devaluarlo, la gente lo sentirá como una disminución de su personalidad. Es deliberado.


¿Cómo no fracasar en lo económico, siendo decentes, en un sistema que fija unas condiciones como éstas?


El socialismo demuele. Recuérdenlo, para que no se dejen quebrar. Y también pervierte.


6. Felicidad diacrónica


Quiero traer ahora una idea que ya expresé aquí el año pasado: la felicidad verdadera es la diacrónica.


La felicidad no es, como dicen muchos por ahí, pequeños momentos, o instantes, desconectados todos de la línea central de tu vida.


La felicidad real es la que promueve la autorrealización, la que genera autoestima. La idea misma de autoestima es algo que se gana. Es lo que aparece luego de alcanzar las metas que nos hemos trazado, que nos hace sentir valiosos, capaces, invencibles. La felicidad es esa sensación de gloria luego de alcanzar con trabajo y esfuerzo, honestamente, sin dañar a los demás, nuestros buenos propósitos.


Un ejemplo es lo que sienten ustedes hoy aquí, al graduarse de abogados tras de años de estudio, sacrificios y muchas pruebas superadas.


Otro, mejor aún, lo que sienten sus padres, también hoy, al verlos triunfar. No hay felicidad mayor.


Una muestra más es mi experiencia. Quizá a alguno le sirva: además del bienestar de mi familia, el enfrentar este sistema, su maldad, el desenmascarar sus ideas, en clases, charlas, investigaciones, escritos, me motiva a seguir y seguir, sin desmayar. Pequeños logros, como el interés que he despertado en muchos de ustedes en favor de la libertad, me dan grandes satisfacciones. Me hacen feliz. Igual complacencia siento al ver crecer la ONG Un Estado de Derecho, a la que he dedicado mis días y noches conforme avanzaba el deterioro de mi vida profesional.


La felicidad se construye día a día en la medida en que enfrentas la vida, tus retos y sus pruebas, de una manera que te hace sentir orgulloso.


Importa, pero no tanto, entonces, cuán abultada sea tu cuenta bancaria. La clave de la felicidad está buscarle un sentido a la vida, algún objetivo que te inspire y te lleve a entregarte, a intentarlo con pasión. Incluso algún sufrimiento que te rete a superarlo o algún amor que te lleve a hacerte mejor. Aún si fracasas habrá valido la pena. En la medida que vivas para ello, sin corromperte, nunca tendrás nada de que reprocharte.


Si consigues un para qué, soportarás cualquier cómo


He fracasado, pero soy feliz.


Estar acá, el reconocimiento que me hacen al nombrarme padrino de promoción, al elegirme para dar este discurso, el contar con la amistad de todos ustedes, el despertarles la llama de la libertad individual, me hace tan feliz como un depósito jugoso en mi cuenta.


La felicidad de una persona no se puede medir solo en lo económico. Aunque tampoco nos engañemos: sí hay una correlación importante entre la felicidad y la holgura material. Esto es evidente. La quiebra no hace más feliz a nadie, nunca, en ningún lugar.


Pero tengan en cuenta que los circuitos cerebrales que se activan con las gratificaciones económicas son los mismos que generan satisfacción por el fruto del contacto humano y ganarse el respeto y la admiración de los demás. Por eso es que incluso en los lugares más hostiles y en las circunstancias más desesperadas siempre hay una oportunidad para sentirse satisfecho con uno mismo, y ser feliz. Conozcan la historia de Víktor Frankl, la cuenta en su libro El hombre en busca de sentido.


Estar consciente de esto y no perder la autoestima aunque el sistema te devaste, te arruine, como les decía, es lo primero. Después, queda a cada uno el aprovechar sus circunstancias, por más duras que sean, para darle un sentido transcendente a su vida y, bueno, ponerse a trabajar.


A mí, decía, vivir aquí me ha hecho feliz. Soy mejor persona al ayudar, servir, enseñar. Gozo con el reconocimiento de mi familia, de mis amigos, de mis colegas, de todos ustedes, mis alumnos. Si bien disminuido materialmente, y conviviendo de cerca con la más terrible injusticia, maldad y destrucción que los humanos nos podemos infligir, he decidido seguir y, bueno, me doy por bien pagado con la satisfacción y el gozo personal de mi acción.


Termino y no tengo respuesta


No sé cómo hacer dinero decentemente en un sistema socialista como éste, tan perverso. Me parece que es muy difícil. Solo sé que si se corrompen, y se acomodan y hacen parte de este sistema aniquilador, serán infelices.


Ustedes ahora deben decidir. Este acto de graduación es un cierre, y a la vez un inicio.

Yo hace tiempo decidí quedarme. Y como decía: estoy satisfecho.


Pero quizá sea hora de buscarme otro camino. De hecho, siento tristeza de pensar que esta podría ser la última vez en el Aula Magna de mi UCAB.


Solo estoy seguro de algo: donde esté, y hasta el último día, continuaré buscando mi felicidad. Seguiré trabajando para que las personas como ustedes, buenas, industriosas y decentes en este maltrecho país no se quiebren, tengan el éxito económico que merecen y, si quieren, puedan quedarse.


Queridos ahijados, deseo simplemente que busquen y alcancen la felicidad verdadera. Que es tanto como anhelar que cada uno tenga la fuerza para resistir las tentaciones, tan comunes por estas calles, que los podrían llevar al fracaso. Fracaso, ese sí, total.


Cómo y dónde saldrán a buscar nuevos triunfos, a perseguir la felicidad, es lo de menos. No se pongan limitaciones, menos se detengan por moralinas tricolores. Tengan coraje para decidirlo cada uno con plena conciencia y, muy especialmente, con libertad.


Los quiero mucho ¡Felicidades! ¡A celebrar!


Discurso del profesor Antonio Canova González

Padrino de la Promoción LXIII de Derecho

Universidad Católica Andrés Bello

Caracas, 26 de mayo de 2021




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