Si eres venezolano te puedo asegurar que alguna vez te hiciste las siguientes preguntas, aunque, por duras experiencias, ya intuyes por dónde van las respuestas: ¿es el control de precios beneficioso para la economía de un país o más bien acarrea escasez? O también: ¿la inflación es provocada ex profeso por los gobiernos o es achacable al sector privado?
No cabe duda de que con los fuertes controles de precios que ha habido en Venezuela a lo largo de los años, es lógico que estas preguntas estén presentes en el imaginario colectivo nacional, pues hemos vivido esta clase de interdicciones inclusive en los productos más esenciales, los de la llamada “cesta básica”. Mientras lees estas líneas seguramente estarás rememorando el control férreo que hubo sobre la harina de maíz (mejor conocida por su marca señera, la “Harina Pan”) en el año 2016 a través de la Superintendencia de Precios Justos y cómo eso, sucesivamente, llevó a la escasez profunda del producto y de allí a la aparición de un mercado negro para su comercialización clandestina.
Pero este producto no solo ha sido objeto de control en cuanto al precio que debe tener cada paquete de kilogramo que se encuentre en el mercado y a disposición de los consumidores (destruyendo así la libertad del empresario de determinar el precio según costos de producción) sino que además, muchos años antes, se llegó hasta el colmo de hacer objeto de control uno de los tantos condumios que se preparan con la harina de maíz, y que es el desayuno típico de cada venezolano. Sí, adivinaste: las arepas, por supuesto. Aunque usted no lo crea, en el año 1982 el extinto Ministerio de Fomento, en Resolución N° 875, ordenó que las arepas que fuesen expendidas en areperas debían tener un peso mínimo de ciento veinte gramos. Solo faltó que establecieran un precio fijo de acuerdo a cada relleno para llevar la obsesión regulatoria a niveles de locura alucinatoria.
Un recorrido histórico
Ahora bien, luego de precisar un poco cómo estas realidades son comunes en nuestra vida cotidiana, procedamos a un intento de iluminar el fenómeno a través de un pequeño viaje en el tiempo y dejar por sentado que lo ciertos es que la humanidad ha tenido al menos cuatro mil años de control de precios.
Este viaje inicia en el antiguo Egipto, específicamente en el Nilo. Durante siglos, más o menos a partir del año 2000 AC, los reinos previos a la era de los faraones trataron de mantener el control de la cosecha de granos regulando gradualmente a los agricultores. Esto condujo a la confiscación de las tierras, que se convirtieron en propiedad del monarca, quien las rentaba a los agricultores. La consecuencia inmediata de estas regulaciones fue la desaparición de la propiedad privada. Los súbditos egipcios sufrieron mucho durante este período de los abusos de la intervención del poder en la economía, especialmente con la creación de la llamada Ley de Bronce, una “teoría económica” que sostenía que los salarios jamás debían estar por encima del mínimo necesario para mantener a los trabajadores con vida. Como no es de sorprender, a resultas de todas estas interferencias y obstáculos, la economía egipcia de la época colapsó, la moneda se devaluó y los agricultores abandonaron las faenas del campo y desaparecieron hacia lo profundo del país.
Andando solo un poco más acá en el tiempo, tampoco la gran Babilonia fue la excepción a esta tendencia histórica. Hace poco menos de cuarenta siglos, el famoso código Hammuabi –el primero de los grandes códigos legales– impuso un rígido sistema de controles entre salarios y precios. Los registros históricos muestran, entonces, una brutal caída del comercio en el reinado de Hammurabi y sus sucesores, lo que se debió, sin duda, a esta intervención en la mayoría de los asuntos económicos generales. Llama la atención, en este caso específico, que las primeras apariciones de la ley escrita coincidan con la aparición de las regulaciones económicas, lo que seguramente no debe ser mera casualidad.
También en la antigua China –y estamos hablando de las proximidades del siglo XI A.C.– la clase dominante compartía la misma filosofía paternalista que se encontraba entre los egipcios y babilonios. Ya en esa época, en la vida pública del más grande de los países asiáticos, existían reglamentaciones detalladas de las cuestiones comerciales y los precios también eran controlados por el gobierno. Solo por poner un ejemplo, en el sistema oficial de la dinastía Chou se nombraba un superintendente de granos cuyo trabajo era inspeccionar los campos y determinar la cantidad de grano a ser recolectado y distribuido de acuerdo a las estimaciones del gobierno, cubriendo el déficit de la demanda y ajustando la oferta. Como es lógico, este sistema de control de precios también fracasó, produciendo la consiguiente miseria y hambruna.
Y ya andando un poco más acá en este pequeño viaje en el tiempo, hay que señalar que tampoco el Imperio Romano fue la excepción en la tendencia histórica a la interferencia en los mercados. A medida que los romanos fueron conquistando nuevas tierras y las ganancias fueron mayores que las pérdidas, el emperador, a través de mandatos, estableció el precio de los cereales y productos básicos, llegando incluso a hacerlos irrisorios. Sin embargo, ya en el siglo I de nuestra era, a mediados del Imperio, luego de que las conquistas mermaran y los campesinos ya no cosechaban con la misma abundancia, el emperador Nerón vio la solución a su problema de carestía en la devaluación de la moneda.
En efecto, a Nerón corresponde el triste “mérito” de ser el primero en realizar el “recorte de monedas”. Esto consistió en recolectar todas las monedas circulantes en el mercado, fundirlas y de seguidas acuñar otras nuevas, pero con menos gramos de oro, plata o bronce. De esta forma obtuvo temporalmente, entre otras cosas, más dinero para Estado a objeto de financiar el gasto público. Sin embargo, esas medidas adoptadas por Nerón no fueron efectivas para mejorar la economía del Imperio, sino que, por el contrario, acrecentaron la subida de los precios, que llegaron a lo que podría considerarse –salvando las distancias históricas, por supuesto–, como hiperinflación, algo que fue por cierto una práctica reiterada en sucesivos gobiernos y uno de los grandes precursores de la caída del Imperio Romano.
Y ya plantados en nuestra era moderna, un caso ilustre sobre este tema y que quizá lo pone en la mejor perspectiva, es el de la Alemania ocupada por varias potencias después de la Segunda Guerra Mundial. Cierra los ojos y sitúate en un país dividido por un gran muro, sí, el muro de Berlín. Puedes visualizar dos Alemanias totalmente distintas. Por un lado, estaba la Alemania Oriental –controlada por la Unión Soviética– y, por otro lado, la Alemania Occidental, conformada por Estados Unidos, Francia e Inglaterra.
En la Alemania Oriental había un régimen de planificación central, control de precios, empresas estatales y muchas restricciones a la libertad. Al otro lado del muro, en la Alemania Occidental, había una economía de libre mercado, comercio exterior, oferta y demanda, respeto a la propiedad privada y a la libertad en general. El impacto económico de este sistema libre fue tan positivo y avasallante, que Alemania Occidental subsidiaba a la Oriental, en la que las condiciones de vida siempre fueron precarias, hasta que los “cautivos” lograron, en 1989, derribar el muro y pasar a vivir en el sistema libre, que se impuso por sí mismo en toda la Alemania reunificada.
Ahora bien, tomando en cuenta todos estos ejemplos históricos, antiguos y recientes, respóndase usted mismo, apreciado lector: ¿qué sistema luce mejor? ¿Uno donde impera la intervención estatal en su máxima expresión u otro con más libertades económicas y poca intervención estatal?
Es obvio que la respuesta es la segunda opción y sin duda que podemos concluir, para dar respuestas a las interrogantes iniciales, que, en primer lugar, el control de precios nunca es positivo para la economía de ningún país, pues ha fracasado en los tiempos más remotos de la humanidad y sigue fracasando en nuestros días. Su fracaso se deriva de algo muy simple: si el Estado controla y fija cuánto debe pagarse por un producto sin tomar en cuenta los costos de su producción –mano de obra, maquinaria, inversión–, desestimando el interés individual de su productor de obtener ganancias, entonces el productor, que por lógica elemental no trabaja en pos de pérdidas sino de lucro, va a acaparar sus productos en pro de su interés individual, o simplemente deja de producir (que en este caso equivale a perder), con lo cual, automáticamente, comenzará la escasez y con ello aumentará la inflación. En ese sentido, el control de precios jamás beneficiará ni a los empresarios ni a los consumidores ni a nadie. Por el contrario, genera escasez, hambruna y pobreza para todo el mundo.
Todo esto también puede resumirse con una fórmula más sencilla: la escasez se genera cuando se transgreden leyes elementales y espontáneas como el libre juego de la oferta y la demanda, fijando reglas que no se corresponden con la realidad. No cabe duda de que la inflación es provocada por aquellos gobiernos que toman acciones políticas para controlar la economía, acarreando un sinnúmero de problemas en aquello que funciona bien solo si se permite que lo haga por sí mismo, en su condición de “orden espontáneo”.
Ya para finalizar no es impertinente preguntarse por qué, si existe tanta evidencia histórica al respecto, ciertos gobiernos y ciertos grupos de opinión y de poder, persisten en aplicar estas políticas probadamente contraproducentes y hasta diríase que catastróficas. Quizá la respuesta también sea muy sencilla: pura y simple ignorancia de una constante de siglos. Entonces, también cabe preguntarse, en el específico y complejo contexto histórico de la Venezuela actual: ¿lograrán algún día las nuevas generaciones de ciudadanos y de políticos hacer entender a las masas y por consiguiente a los gobiernos, que la economía no debe regularse para ser “justa” sino para ser libre?
Vanessa Navarro
Bibliografía
Schettinger, R. y Butler E. (1987) 4000 años de Controles de Precios y Salarios: Como no combatir la inflación. Buenos Aires: Editorial Atlántida.
Erhard, L. (2010). Bienestar para Todos. Madrid, España: Unión Editorial. Ammous, S. (2018). El Patrón Bitcoin: La alternativa descentralizada a los bancos centrales. Barcelona, España: Editorial Planeta, S.A.

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