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Yo soy John Galt

Pocas obras recomiendo como imprescindibles, especialmente a quienes son más jóvenes que yo. Tal es el caso de La rebelión de Atlas, de Ayn Rand (1957), quien logró escapar del comunismo de la la Unión Soviética, constituye la cuarta obra literaria de esta filósofa objetivista liberal y que consideró como su magnum opus. No nos referiremos a toda la obra, pondremos especial énfasis en el capítulo VII de la tercera parte, intitulado Yo soy John Galt.

Para poner en contexto al lector de estas líneas sobre ese capítulo, debemos decir que la obra se trata de una distopía en la que el sistema financiero/económico/productivo de Estados Unidos había alcanzado una crisis profunda y única producto de las órdenes y mandatos dados desde el poder para intervenir nociva y marcadamente en la economía. Por casualidad y misteriosamente, a lo largo de la historia narrada van desapareciendo las mentes más brillantes y los empresarios más exitosos, aumentando así el caos ya existente. En ese escenario los interventores del gobierno desean públicamente anunciar nuevas restricciones (planes económicos). Sin embargo, la transmisión televisiva y radial se vio interrumpida por una señal externa que los técnicos no pudieron desviar y a través la cual se contestará una pregunta trascendental que se hacían constantemente todos los ciudadanos desde el inicio de la novela: ¿quién es John Galt? El discurso dado por Galt -en esa transmisión- resulta bastante interesante, veamos por qué.

Comenzó explicando que él no sacrifica su vida, ni mucho menos sus valores. El valor más importante para él es la razón y por ello convenció que desaparecieran juntos los motores humanos que sostenían el mundo andando, gracias a la inteligencia y el tesón del esfuerzo humano, por ello explica que “Un ser de conciencia volitiva no tiene un comportamiento automático. Necesita un código de valores que guíe sus actos. ‘Valor’ es algo que uno debe obtener y conservar; ‘virtud’ es la acción mediante la cual uno lo obtiene y conserva. El concepto de ‘valor’ implica una respuesta a la pregunta: ¿de valor para quién o para qué? Todo ‘valor’ presupone un criterio, un propósito y la necesidad de actuar frente a alternativas. Donde no hay alternativas, no son posibles los valores”.

Por ello, agregamos, que si el altruismo y el esfuerzo es a punta de pistola (obligatorio), deja de ser altruismo, es una obligación independiente de nuestra escala de valores porque no tenemos posibilidades de escoger cuáles son esos valores y virtudes para alcanzar el triunfo en la vida. Los únicos seres que pueden elegir esos parámetros voluntariamente son los humanos, el resto de los seres vivos son indiferentes a cuestiones relativas a códigos morales porque no los necesitan para poder sobrevivir. Por ese motivo apunta lo siguiente:

“El hombre ha sido denominado como un ser racional, pero la racionalidad es una cuestión de elección, y la alternativa que su naturaleza le ofrece es: actuar como un ser racional o como un animal suicida. El hombre debe ser hombre por elección; debe considerar su vida como un valor, por elección; debe aprender a mantenerla, por elección; debe descubrir los valores que esto requiere y practicar sus virtudes, por elección”.

Explica que la supervivencia humana se debe única y exclusivamente a la razón (existencia y conciencia), “Por gracia de la realidad y de la naturaleza de la vida, el ser humano es un fin en sí mismo, existe para sí mismo, y el logro de su propia felicidad es su más alto propósito moral”. Nosotros creemos que sobrevivir requiere trabajo, esfuerzo y una sólida base moral, elegida libremente, que no es otra que implique que nuestra existencia necesite mantenerse a costa de otros seres humanos, ellos ni nosotros, somos fines para los demás, la moralidad real radica en que el triunfo se basa única y exclusivamente en la cooperación humana. La moralidad necesariamente es un proceso producto de la racionalidad, el libre albedrío (libertad de pensar, de razonar) llega luego de ese proceso. Galt explica que “Mi moral, la moral de la razón, está contenida en un solo axioma: la existencia existe; y en una única elección: vivir. El resto deriva de ella. Para vivir, el hombre debe considerar 3 cosas como los valores supremos que rigen su vida: razón, propósito y autoestima”.

Así entonces, la moral es elegir bajo un raciocinio lógico y libre que nos permita vivir para la consecución de nuestros fines, ante todo somos materia, pero, especialmente, somos conciencia. Para nosotros resulta fundamental entender este razonamiento:

“…nuestro cuerpo es una máquina, pero nuestra mente es su conductor, y se debe conducir tan lejos como nos lleve nuestra mente, con la autorrealización como objetivo de nuestro camino; de que el hombre que no tiene propósito es una máquina que rueda cuesta abajo a merced de cualquier piedra que lo desbarranque; de que el hombre que suprime a su mente es una máquina detenida que se oxida lentamente; de que el hombre que permite que un líder le indique el rumbo no es más que chatarra remolcada hacia una pila de chatarra, y de que el hombre que convierte a otro hombre en su meta es una persona que pide que la trasladen y a quien ningún conductor debería llevar; de que nuestro trabajo es el propósito de nuestra vida, y de que debemos arrollar a cualquier asesino que se crea con el derecho de detenernos…”.

Nuestro cuerpo físico nos lleva hacia donde nuestra mente quiera conducirnos, ningún autócrata puede negarnos el hecho de poder realizar nuestro esfuerzo y trabajo sin ataduras, tampoco somos instrumentos de otros seres y mucho menos otros deben cargar con nosotros. Una concepción de esa naturaleza es el camino más seguro hacia el abismo más oscuro y en el que la existencia y la razón dejan de ser un obsequio sino una carga pesada para nosotros mismos. Solo nuestra elección de valores dan sentido a la vida, sin ellos somos la nada. La moralidad que escojamos siempre debe implicar felicidad, de lo contrario debe ser revisada, pues interfiere y no es acorde con nuestra escala de valores.

El autoritarismo vive bajo una premisa fundamental, robarte el alma, el espíritu y doblegar tu razón. No solo impiden y roban tu trabajo y esfuerzo, “Forzar a un hombre a renunciar a su mente y aceptar tu voluntad como sustituto, con un revólver en lugar de un razonamiento, con el terror en lugar de la demostración, y la muerte como el argumento final, es intentar existir desafiando a la realidad. La realidad exige que el hombre actúe por su propio interés racional; tu pistola le exige actuar contra él. La realidad amenaza al hombre con la muerte si no actúa de acuerdo con su juicio racional: tú lo amenazas con la muerte si lo hace. Tú lo pones en un mundo en el que el precio por su vida es la renuncia a todas las virtudes requeridas para la vida, y la muerte mediante un proceso de destrucción gradual es todo lo que tú y tu sistema obtendrán, cuando la muerte se convierta en el poder reinante, el argumento ganador en una sociedad humana”.

Nadie debe forzar a modificar la mente y voluntad humana, solo la razón es el medio válido, pues cada quien actúa por su propio interés, ello no quiere decir que por más libertad que exista para razonar, este exenta de cometer error. La premisa fundamental de Galt es que no hay existencia sin conciencia, por eso creemos que recapacitar sobre cualquier idea es una virtud del pensamiento humano, la mente no se subordina a la sociedad, solo a su dueño (el individuo), único capaz de recapitular y recapacitar (la evolución del pensamiento es un atributo consustancial del ser). En ningún caso es una traición si honestamente se cambia de rumbo por la felicidad de uno. Jamás debemos rendirnos a los deseos y la moral de otros, jamás será egoísta perseguir tus deseos y razones. Galt lo expresa así:

“Lo cierto es que lo más egoísta que existe es la mente independiente que no reconoce autoridad alguna por encima de sí misma, ni valor mayor que su propio juicio de verdad. Se te pide que sacrifiques tu integridad intelectual, tu lógica, tu razón, tu concepción de verdad… para convertirte en una prostituta cuyo ideal es el mayor bien para el mayor número. Si apelas a su código para que te guíe en la pregunta: ‘¿Qué es el bien?’, la única respuesta que encontrarás será: ‘El bien de los demás’. El bien es cualquier deseo de los otros, cualquier cosa que creas que ellos desean, o cualquier cosa que deberían desear”.

Los juicios morales son racionales, es una manera de subversión frente a quienes quieren obligarte a actuar de una determinada manera o de que vivas como medios para sus fines, que vivas para ellos. La rebeldía real radica en ser un individuo con raciocinio y moral propia. La racionalidad y el egoísmo de lograr tus fines cooperando con otros son, indudablemente, una virtud a la que nunca debemos renunciar. Rendirse a los demás y sus deseos es regalarles y entregarles tu ser, tu autoestima. No temas ante ti mismo, tu existencia y tu mente, de lo contrario ¿cómo podrás ser un ser único? El ego es la capacidad de pensar para desarrollarte como una persona distinta de aquellos que viven bajo el rebaño de la moral que reina y que podrían juzgarte. La honestidad es aceptar esto, así como aceptas que eres un ser humano.

La propiedad no es un regalo indivisible para todos, es un bien escaso que para obtenerse necesita de un duro esfuerzo. Ese sí es el único medio que requerimos para alcanzar nuestros fines personales. La individualidad requiere ante todo sinceridad con nuestra razón libre y no impuesta.

Toda la iniciativa privada decente (guiados por la razón) que hace de todo por sobrevivir y crear riquezas para la sociedad en su conjunto en esta economía intensamente regulada y que no pueden escapar del país, los controles y órdenes dados desde la intervención central, si se quiere a modo de rebeldía, ellos son los verdaderos héroes de nuestra historia particular. Así, cónsono con lo anterior, culminamos estas líneas con esta reflexión del capítulo de La rebelión de Atlas que comentamos:

“El símbolo de todas las relaciones entre esos hombres, el símbolo moral del respeto por los seres humanos, es el comerciante. Nosotros, los que vivimos según valores, no saqueos, somos comerciantes, tanto en lo material como en lo espiritual. Un comerciante es alguien que gana lo que obtiene y no da ni toma lo inmerecido. Un comerciante no pretende que se le pague por sus fracasos, ni que se lo ame por sus defectos. Un comerciante no despilfarra su cuerpo como si fuera forraje, ni su alma como si fuera limosna. Así como no entrega su trabajo excepto a cambio de valores materiales, tampoco entrega los valores de su espíritu -su amor, su amistad, su estima- como no sea en pago por virtudes humanas, en pago por su propio placer egoísta, que él recibe de hombres a los que puede respetar”.

Carlos Reverón Boulton


 
 

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