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Allá quienes nunca se equivocan

Cuando el profesor Klaus Jaffe me escribió en un breve correo electrónico: “Quiero medir la eficiencia empírica de las leyes. ¿Te interesa?”, respondí de inmediato: Sí. Confieso que no tenía mucha idea de cómo hacerlo; ni siquiera qué entender, con exactitud, por eficiencia empírica.

Han pasado poco más de dos años. Desde entonces iniciamos un seminario con reuniones semanales, lunes en la mañana, a las que invité a varios de mis amigos profesores y alumnos de Derecho.

Ya conocía buena parte de la obra del profesor Jaffe[1] y había visto también algunos videos en YouTube con sus charlas y entrevistas. Sabía que era un científico reconocido, profesor emérito de la USB, experto en termodinámica, que desde la física y química estudiaba el comportamiento de las sociedades y sus individuos; no solo de las sociedades humanas, sino de todas, en especial las primeras y más antiguas en el planeta: las de hormigas. Ahora también sé que su obsesión ha sido entender, y mejorar, la vida de las personas.

De mis lecturas sobre física, otras ciencias naturales y sociales, estaba convencido, para ese momento, de la potente y omnipresente idea de consiliencia. Esa noción ancestral, que da una unidad a todas las áreas de conocimiento, se encuentra desde la filosofía taoísta, pasando por los escolásticos españoles y la ilustración escocesa, y fue explicada y difundida con mucha pasión por otro científico, biólogo y entomólogo estadounidense, también estudioso de las sociedades de hormigas y otros animales eusociales, hasta los humanos, el admirado profesor Edgar O. Wilson.[2]

Yo, profesor de Derecho, de Constitucional y Administrativo para más señas, enfrentaba el reto de entender las leyes que rigen las sociedades modernas desde una perspectiva científica y en un mundo complejo, de abajo hacia arriba, dinámica. Todo lo contrario a lo que se toma ahora por el estudio del Derecho (más bien, “legislación”). De eso trata “medir la eficiencia empírica de las leyes”: hacer investigaciones consilientes, interdisciplinarias, empíricas y experimentales en materia jurídica.

Salvo algunos de mis alumnos más jóvenes, que han continuado en el seminario informal con el profesor Jaffe, ninguno de mis amigos profesores, de mis socios, de mis colegas, respaldaron esta línea de investigación. Lo más que hacían era oírme, voltear a otra parte, cambiar el tema o referir que la ciencia jurídica tenía sus particularidades, su autonomía, que no podría ser tratada ni investigada como las exactas, ni aún como las ciencias sociales. Que el Derecho era un “arte”. Que en el mundo de las leyes no se puede llegar a teorías inmutables ni predecibles. En pocas palabras: que dejara la majadería, que el Derecho no se puede trabajar como la Ciencia.

Hubo, sin embargo, dos excepciones.

Ante el escepticismo, las advertencias y críticas, incluso la burla soterrada, seguí en lo mío. ¿Eso es ser disruptivo? ¿Debía seguir contra la corriente? ¿Hay algo más emocionante?

Han pasado más de 120 semanas desde aquel correo del profesor Jaffe.

En esos encuentros grupales periódicos pensamos en varias decenas de eventuales investigaciones, ideamos metodologías, avanzamos en su ejecución, invertimos tiempo, dinero y la mayoría las desechamos luego; acaso las aparcamos para más adelante. Casi la totalidad de quienes empezaron, por diferentes motivos, han abandonado el camino. Muchos de quienes me advirtieron del inevitable fracaso de tratar el Derecho tal cual una Ciencia se han reforzado en sus posturas, señalándome incluso por mi testarudez, rayana con la locura. Algunos, por más cercanos, poco a poco se fueron distanciando. La mayoría sigue criticándome.

Pero las cosas están cambiando.

Una muestra: desde hace ya más de un mes llegan todas las semanas, a mi correo de la Universidad Católica Andrés Bello, mensajes automáticos desde la cuenta de SSRN felicitándome, y a todos los coautores, porque nuestro último working paper está ranqueado entre los diez más leídos en los últimos 60 días en varios eJournals donde solo entran trabajos curados por profesores de prestigio mundial.

Por lo menos para mí, la porfía ha traído satisfacciones. Como autor en SSRN apenas paso de las mil descargas, es verdad. Pero son mis primeras mil. Siento felicidad diacrónica, como me gusta llamarle a esa emoción que nos embarga cuando obtenemos logros difíciles.

El working paper que cada vez descargan y leen más profesores de derecho público y constitucional, sociología, filosofía y ciencias políticas por todo el mundo se titula: “Constituciones, estado de derecho, socioeconomía… y populismo (Una exploración empírica del Derecho Constitucional)”.

Es un estudio de Derecho Constitucional Comparado de 88 países. Ya para mi había sido una osadía hacer como tesis doctoral en Derecho una comparación jurídica con 18 países, y si lo logré hace más de dos décadas fue exclusivamente gracias al empuje y la confianza que me dio, allá en la UC3M, mi tutor Luis Aguiar de Luque.

No me extenderé en explicar en qué consiste esa investigación en la que, de alguna manera, logramos medir empíricamente la eficiencia de las leyes. Tampoco haré mención de la metodología y técnicas estadísticas; muchos menos de los resultados y de nuestras conclusiones. De hecho, de ese trabajo del grupo de Investigación con el profesor Jaffe, junto a mis alumnos Edrey Martínez, Ana Cecilia Soares y Mariana Scolaro, surgen más preguntas que conclusiones o “teorías exactas”.

Solo dejaré el inicio del Abstract: “¿Puede saberse qué tan estable es un país en lo institucional, qué tan corruptos son sus gobernantes, cuál es la expectativa y el nivel de vida de sus habitantes, cuán dinámica y compleja es su economía, todo esto, con tan solo identificar y contar determinadas palabras de su Constitución?”.

¿Se puede? ¿Con solo contar sus palabras?

Nuestros resultados sugieren que sí.

Con mucha probabilidad, gracias al minado de texto y a otras técnicas para el análisis de data, contando y clasificando todas o ciertas palabras de las constituciones, se puede saber si un país experimenta un síndrome de prosperidad; o si, por el contrario, padece el síndrome de disfuncionalidad. Esos mismos resultados sugieren que no son las constituciones las que dirigen o las que producen sus efectos sobre una determinada sociedad, sino que es al revés: el contexto de los países, en este mundo complejo, es el que determina ciertas características, o palabras, de sus constituciones. Si algún efecto produce las constituciones, más aún, pareciera que es el de obstaculizar los cambios de fase de una sociedad hacia la senda del progreso.

Una cachetada para los constitucionalistas que piensan en esos textos supremos como manuales de “el deber ser”. Un golpe a los defensores del neoconstitucionalismo y de la tesis de que las constituciones son “transformadoras”. Una estocada para el constitucionalismo y la filosofía jurídica que se enseñan hoy en las Escuelas de Derecho.

¿Interesante?

Está disponible en la enorme y abierta base de datos sobre ciencias sociales que es SSRN:

Jamás podrás saber con total certeza cuál es el mejor camino. Menos aún tendrás seguridad de cuál idea, de las muchas que se te ocurren a diario, debes esforzarte para convertirla en realidad. Nada te indicará ni sabrás adónde llegarás cuando empiezas. Nunca. Pero tampoco abandones antes de terminar y mucho menos por las críticas y el cuestionamiento que te hagan los demás, aún si provienen de tus allegados y por más que sean bienintencionados.

La cuenta de Twitter @ProfFeynman es un homenaje a un genio Nobel de Física, un profesor especial que como pocos difundió el conocimiento científico: Richard Feynman. Él amaba a sus alumnos, yo amo su obra.[3] Sus consejos siempre fueron: Estudia duro. Lo que los demás piensen de ti no es asunto tuyo. Está bien no tener todas las respuestas. Experimenta, falla, aprende y repite. El conocimiento proviene de la experiencia. La imaginación es importante. Haz lo que más te interese. Mantén la curiosidad.

El tuit fijado en esa cuenta, que me inspiró a escribir estas líneas, reza: “Tú no tienes el deber de estar a la altura de lo que otras personas creen que debes lograr. Yo no tengo la responsabilidad de ser lo que otros esperan que sea. Es su error, no mi falla.”

Antonio Canova González

Dedicado al profesor Klaus Jaffe, mi tutor en Ciencias. Al profesor Luis Aguiar de Luque, mi tutor en Derecho. A mi pequeño grupo de investigación de Derecho Interdisciplinario y Empírico. A los únicos profesores de Derecho que creyeron y me apoyaron desde el día uno: Ricardo Baroni y Carlos Reverón. Pero, muy especialmente, dedico estas líneas a todos los que, por suerte, han descubierto, como yo, las maravillas de la duda y el error.

Allá quienes nunca se equivocan.

[1] “El mundo de las hormigas”, “Ciencia y anarquismo”, “Qué es la Ciencia”, “La riqueza de las naciones”, “Las raíces de la sinergia”.

[2] “Sociobiología”, “Sobre la naturaleza humana”, “Historias del mundo de las hormigas”, “Consiliencia: La unidad del conocimiento”, “Génesis”, “La conquista social de la Tierra”, “Los orígenes de la creatividad humana”.

[3] “Lecciones de Física”, “Seis piezas fáciles: La física explicada por un genio”, “El placer de descubrir” y “Qué te importa lo que piensen los demás”.



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