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El objetivismo a través de El Manantial

He escrito aquí en otras oportunidades acerca de Ayn Rand, la filósofa objetivista. Específicamente me he referido a pasajes concretos de la Rebelión de Atlas, de modo que se pueda comprender, desde la literatura, sus trascendentales ideas. Esta vez me concentraré en la importancia de otra de sus novelas: El Manantial (1943).


Un preámbulo necesario: el objetivismo. Rand nos propone una idea de ver el mundo y a nosotros mismos de una manera en la cual lo importante es nuestra vida, propósitos y la individualidad como centro para alcanzar la felicidad a través de los medios y fines consustanciales con la persona como un ser único.


Para Rand, la realidad es un hecho objetivo que existe por sí sola, independientemente de la valoración subjetiva que podamos darle. La realidad hay que entenderla, de modo que nuestro fin último sea el amor y el interés propio (racional), sin importar la mirada de quienes nos rodean, para ello debemos procurar estar insertos en un mundo y un sistema político que permita poder desarrollar nuestras capacidades y virtudes. Por esa razón defiende al capitalismo, pues gracias a él es perfectamente posible alcanzar nuestras metas y objetivos debido a la libertad que protege y que permite que cada ser humano elija sus valores y acciones a través de la razón y existir solo para sí mismo, no por o para nadie o algo distinto a él.


En ese sentido, rechaza al altruismo entendido como una forma de ver la vida en favor de los demás, ya que implica que la persona pase a un segundo plano al convertirse en un medio para quienes lo rodean. Lo relevante y trascendental es que existimos para el disfrute de nuestra propia vida y nada más: la felicidad pasa por reafirmar el yo, en palabras de Rand, “para decir yo te quiero primero hay que saber decir yo”.


Lo anterior conlleva a la idea de que no debemos sacrificar a otros por nosotros y mucho menos podemos someter a otros para alcanzar nuestros fines, ello implica que aunque somos libres no podemos sacrificar a los demás para desarrollarnos como persona, vale decir, se trata de un condicionante.


Esas ideas se plasman constantemente de manera particular en su novela El Manantial y es por ello que nos referiremos concreta y brevemente a uno sus personajes; Howard Roark, siendo que, a través de él, la autora enfatiza la importancia del individuo y rechaza, por ende, al altruismo, pues se trata de una persona (un arquitecto) que de cierta forma rompe con el orden establecido a través de sus convicciones y forma de ver al mundo que lo rodea y que rechaza por ser impuesto sin un aparente racionamiento lógico.


El individualismo de Roark es desafiante, pues se basa en su propia razón y valores, confrontando así la idea general del resto de las personas de la obra y quienes actúan para los demás, mientras que él existe y vive por y para su propio juicio que es independiente a la “aprobación” de alguien. Esa trascendencia de su visión, su desafío a lo establecido y aceptado lo convierte en una suerte de creador único e incomprendido, de ahí que afirma lo siguiente:


“A través de los siglos ha habido hombres que han dado pasos en caminos nuevos sin más armas que su propia visión. Sus fines eran diferentes, pero todos ellos tenían esto en común: el paso inicial, el camino nuevo, la visión propia y la respuesta que recibían: odio. Los grandes creadores, los pensadores, los artistas, los hombres de ciencia, los inventores han estado solos contra los hombres de su época. Todo pensamiento nuevo ha constituido una oposición”.

Quienes se atreven a innovar, a buscar nuevas verdades, nuevas formas, nuevas creaciones son, por lo general mal vistos, pero ello no le importa a Roark, quien es constantemente criticado y rechazado por sus pares por no “adaptarse” a todo lo que ha sido preestablecido, pues su razón le indica que no está sometido a la aprobación de los demás y solo se interesa en crear algo inédito, creíble y sostenible, ya que para él y su conocimiento es mejor que lo ya existente, tal era su móvil, sin importar haber sido marginado por rebelarse a la “verdad” abrazada por la sociedad en la que estaba inserto, es por ello que afirmó que “el creador no sirve a nada ni a nadie. Vive para sí mismo (…) el interés del creador es la conquista de la naturaleza. El interés del parásito es la conquista del hombre. Su fin esencial está en sí mismo. El parásito vive de segunda mano. Necesita de los demás”.


Durante toda la novela ese desafío racional de Roark es rechazado, pues en la obra se entiende que el hombre vive para los demás, mientras que él vive para sí, para crear, ser original y de ahí que rechaza al altruismo debido a lo siguiente:


“El hombre que intenta vivir para los demás es un dependiente. Es un parásito en el móvil y hace parásitos a los demás a quienes sirve. La relación no produce más que corrupción. Es absurda como concepto. Lo que más se aproxima a ello en la realidad -el hombre que vive para servir a los otros- es el esclavo.
El primer derecho que se tiene en el mundo es el derecho al yo. El primer deber del hombre lo tiene consigo mismo. Su ley moral no consiste en colocar su fin principal en los demás. Un hombre piensa y trabaja solo”

La obra plasma perfectamente en qué consiste el objetivismo como corriente filosófica de una manera concreta a través de la ficción, sin abstracciones que la hagan inentendible, más bien los contrastes entre realidades e ideales dejan claro la importancia del individualismo frente al altruismo, la importancia de la razón de la persona que contradice lo general, por convicciones propias y un racionamiento crítico, pues nadie se atreve, salvo Roark, a desafiar el orden impuesto. Nos invita a vivir por uno mismo, no para los demás y esa es la trascendencia de la filosofía de Rand y de El Manantial.


Carlos Reverón Boulton




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