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Mi bello viaje de Petare a la UCAB

Soy de Petare y me acabo de graduar en la Universidad Católica Andrés Bello. Sí, exacto, gracias a una beca. Sí, sí: ¿De qué otra manera podría haberlo logrado la hija de una ama de casa y un mototaxista?

Estudié toda la primaria y la media diversificada en la Unidad Educativa Fe y Alegría “María Inmaculada”. Sí, exacto, tuve suerte. Sí, sí: ¿Quién no sabe lo difícil que es conseguir cupo en cualquier plantel de Fe y Alegría? Entré ahí porque mis padres se empeñaron e hicieron todo lo que pudieron para que yo recibiera la mejor educación disponible.

Otros padres de Petare también se empeñaron e hicieron todo lo que pudieron, pero no corrieron con la misma fortuna de los míos porque -se sabe- esta red privada de educación popular administrada por la Iglesia católica tiene una capacidad muy limitada, menos del 1% de la matrícula escolar nacional. A estos otros papás y mamás de escasos recursos, que constituyen la inmensa mayoría, no les quedó más remedio que enviar a sus hijos a las escuelas públicas.

Soy, de verdad, muy sortaria, porque si no hubiera entrado en el “María Inmaculada” no habría tenido el privilegio de participar, por allá por 2011, cuando cursaba cuarto año, en un Modelo de Naciones Unidas (MUN), la conocida simulación de representación diplomática en la ONU. No habría tenido, pues, la oportunidad de encaminarme tempranamente hacia un método de aprendizaje basado en el debate, la argumentación y la negociación.

Participé en el MUN de la mano de la Fundación de Embajadores Comunitarios (FEC), una organización no gubernamental cuya misión es ofrecer herramientas de liderazgo, a través de la metodología MUN, a adolescentes talentosos en contexto de exclusión. Con Embajadores Comunitarios salí por primera vez de Venezuela, conocí otros países y obtuve premios nacionales e internacionales. Además trabajé en mi comunidad en proyectos de prevención de violencia y acoso escolar (¿Ya dije que Petare es el barrio más peligroso de una de las ciudades más peligrosas del mundo?) y como era de suponer, terminé de tomar mi decisión vocacional. Egresé del Fe y Alegría “María Inmaculada” en 2013 como Técnico Medio en Comercio y Servicios Administrativos y un año después recibí la gran noticia: Admitida en la Facultad de Derecho de la Ucab. ¡Y con beca de 100%! El financiamiento de mis estudios superiores corrió por cuenta de la Fundación Andrés Bello y Becando Futuro, dos organizaciones civiles a través de las cuales un grupo de particulares aporta dinero para costear la educación de jóvenes necesitados de este apoyo.

De punta a punta

Puse pies en el primer año de universidad como quien pisa un continente desconocido. Cuando pienso en ese tiempo pienso en mis primeros descubrimientos y, sobre todo, pienso en que fue el inicio de esta emocionante travesía hacia la comprensión de la realidad. Con Introducción al Derecho exploré las diferencias elementales entre religión, moral y derecho, mientras que con Historia del Derecho adquirí nociones básicas sobre el surgimiento de las primeras civilizaciones y de cómo éstas interactuaron a través de un derecho fundamentalmente consuetudinario. En Sociología Jurídica me estrené en la descripción y análisis de las distintas instituciones sociales y la complejidad de sus relaciones con el fenómeno jurídico, mientras que materias como Derecho Civil y Derecho Constitucional fueron para mí como una especie de desembarco en un nuevo e inexplorado mundo de razonamiento sobre los roles de los particulares y del Estado.

Carrera adentro, digamos que a partir del segundo año, empecé a toparme con ciertas contradicciones, con ciertos accidentes conceptuales que minaron de dudas mi camino y me llevaron a investigar, a profundizar y, por ende, a confirmar la existencia de incoherencias inquietantes. Por un lado leía la teoría, me advertían que la Constitución es un corpus que limita al poder; y por el otro lado leía nuestra Carta Magna y el Derecho Administrativo, me desengañaba, y veía la cantidad de facultades, prerrogativas y habilitaciones exorbitantes conferidas nada y nada menos que al Ejecutivo. El choque mayor lo experimenté cuando estudié sobre la autonomía de la voluntad privada y posteriormente tuve que verla contrapuesta a las “instituciones” del bien común y orden público. Algo no me cuadraba: en todos los casos el colectivo, siendo una entidad abstracta que gobiernan unos pocos, relegaba al individuo, la minoría más grande e importante.

En un momento dado me encontré en lo que llamo una dinámica pendular, oscilando de un extremo a otro bajo las fuerzas de posturas casadas con el Estado y las de posiciones enfrentadas con el poder. Hasta que, luego de leer y leer mucho, no sólo de derecho, sino de política, de economía, de psicología evolutiva y hasta de biología, me convertí yo misma en una fuerza crítica de todo cuanto tienda a malograr la libertad y el progreso de una sociedad. Pienso en esto y pienso en un largo viaje de entendimiento, en uno de punta a punta…en uno como el que hacía diariamente de Petare a Montalbán.

¿Cuánto cuesta un futuro?

Fue en quinto año, ya por graduarme, cuando el profesor Antonio Canova puso en mis manos El Bello Árbol, el libro donde James Tooley relata su fascinante recorrido personal a como las personas más pobres del mundo, las de los países más pobres del planeta, se están educando a sí mismas. ¿Los pobres más pobres educándose a sí mismos? ¿Quién más que yo, la de Petare, la hija del mototaxista y la ama de casa, la que estudió en Fe y Alegría, podía interesarse en los hallazgos de este investigador de la Universidad de Buckingham?

¿Que los padres más pobres de África, India y China prefieren pagar a particulares por una enseñanza de calidad para sus hijos antes que dejarlos en el sistema gratuito de educación pública? Pues eso es exactamente lo mismo que hicieron mis padres. Me gusta repetir que hicieron todo lo que estuvo a su alcance para matricularme en un colegio privado. De bajo costo, es verdad, porque sus posibilidades eran muy limitadas, pero privado al fin. Pagaron puntualmente mensualidades que para muchos resultan irrisorias pero que para ellos significaban un gran esfuerzo. Era eso o entregarme al sistema escolar del Estado venezolano. Por eso al leer los testimonios de las lejanas familias africanas, indias y chinas a las que Tooley da voz en El Bello Árbol, de alguna manera me sentí frente a mi propia historia.

No imaginan, entonces, la satisfacción de mis papás al verme recibir el título de abogada de la UCAB, hace menos de un año. No, no se imaginan. El hecho es que a pocos meses de graduada, el profesor Canova me invitó a participar en sus clases del seminario doctoral de Derechos Humanos, otra oportunidad tremendamente esclarecedora de la cual obtuve el convencimiento sobre la necesidad apremiante de reenfocar la teoría y la práctica de los derechos humanos desde una nueva perspectiva: interdisciplinaria, científica, realista y antigubernamental. En este seminario obtuve además la confianza de recibir una primera responsabilidad dentro del equipo, dirigido por el mencionado docente, que investiga la realidad actual de la educación en Venezuela, y más específicamente el surgimiento de alternativas privadas de bajo costo como respuesta al colapso del sistema público gratuito. “Tu asignación es el colegio Cuyagua, de Petare. Visítalo, indaga e informa si estamos frente a lo que creemos”, me indicó Canova.

Empezar de cero

Lo visité, indagué e informé: Cuyagua es el emprendimiento iniciado hace catorce años por la periodista Dahis López y su esposo el publicista Jhon Calzadilla.

En 2006, cuando la pareja tuvo su segundo hijo, el primero apenas tenía un año. Vivían en Lomas del Ávila, una especie de enclave de disminuida clase media dentro de Palo Verde, zona popular perteneciente a la parroquia Petare, y tenían necesidad de hallar una guardería donde dejar a sus dos pequeños hijos cuando a Dahis se le venciera la licencia postnatal.

Buscaban afanosamente, y no conseguían, un sitio ajustado a su presupuesto con condiciones mínimas de seguridad y pulcritud. Visitaron treinta y tres lugares y nada, ninguno les daba suficiente confianza. En esa desesperada búsqueda estaban todavía el domingo de noviembre previo al día que a Dahis le correspondía reintegrarse al trabajo, cuando vieron el anuncio de prensa: “Se vende guardería en Petare”.

La idea permanentemente postergada de un negocio propio se les presentó así: en forma de solución para el cuidado de sus hijos, por lo cual esta vez no dudaron, juntaron sus ahorros, compraron los derechos de operación de la guardería y firmaron el contrato de arrendamiento del ruinoso local que atendía a 15 niños. Lo siguiente que hicieron -narra Dahis- fue pedir un préstamo bancario para hacer remodelaciones y adecuaciones que acercaran el lugar a lo que ellos estuvieron buscando para sus propios hijos. Cerraron durante un par de meses y apenas reabrieron comenzaron a recibir más niños. Crecieron tanto que a los tres años el propietario del local subió el alquiler a un monto exagerado. Tan exagerado que Dahis y Jhon prefirieron vender el vehículo que recién habían comprado, solicitaron otro préstamo y compraron una casa de tres niveles, ubicada a pocas cuadras. Allí reinstalaron el maternal. Y como ahora tenían más espacio, decidieron ofrecer también atención preescolar. Treinta y tantos trámites después, obtuvieron el permiso del Ministerio de Educación. Por cierto que en esos tiempos un alto funcionario ofreció apoyo económico para la mejora de la infraestructura del recién fundado y ya exitoso Cuyagua, por supuesto a cambio de que sus propietarios concedieran todo el crédito a la generosa voluntad gubernamental. La respuesta de Dahis y Jhon: “No, gracias”.

Por esa misma época, Dahis empezó a estudiar Educación Inicial. A esas alturas – rememora- ya estaba bastante consciente de la necesidad de formarse en el área de enseñanza a la cual había redirigido su vida profesional. Comenzando su nueva carrera fue cuando se enteró de que la casa de al lado, una de cinco pisos, con un gran patio interno sin techo, en la que funcionaba una residencia para 120 hombres, estaba en venta. Y como el precio sobrepasaba, por largo, las posibilidades de otro préstamo bancario, ella y Jhon dieron el paso definitivo: vendieron su apartamento en Lomas del Ávila y resolvieron mudarse a la mencionada casona donde también empezaron enseguida con necesarias remodelaciones.

Después de esto abrieron una sección de primer grado, y luego la de segundo, y así sucesivamente hasta que dentro de menos de dos meses -confirmó Dahis- se abra la de sexto, con lo cual se completará la oferta de primaria.

Ganar ganar

Cuyagua tiene hoy una matrícula de 150 niños y una lista de espera de aproximadamente la misma cantidad de padres demandando un cupo, dispuestos a pagar los 12 dólares mensuales que les costaría ingresar a sus hijos en ese colegio. Estamos hablando de la gente de una de las zonas más pobres de un país cuyo salario mínimo oficial es de unos cuatro dólares al mes; o sea de los venezolanos más desfavorecidos resueltos a pagar por la educación de sus familias.

También estamos hablando de que Cuyagua exonera de pago a unos veinte padres que no pueden costear la mensualidad; o sea de que el colegio beca a más del diez por ciento de su matrícula. “Si a mí me ha ido bien gracias a la confianza de los padres, ¿por qué no habría de ayudar a los que más nos necesitan? Cuando un padre me dice que debe retirar a un niño porque no puede seguir pagando, les decimos que queda exonerado de la obligación hasta que su situación económica mejore. Y lo que siempre ocurre es que, apenas eso pasa, comienzan a pagar de nuevo”, expuso Dahis.

En el colegio Cuyagua los fines pedagógicos se persiguen a través de actividades lúdicas. A los no más de dieciocho niños por aula nunca, pero nunca, se le enseña con clases magistrales. El aprendizaje -enfatiza Dahis- se procura siempre, siempre, a través de la experiencia previa del juego. A esta metodología se atribuye el alto rendimiento de los alumnos. “Cuando a uno de los nuestros le ha tocado irse a otra escuela, son eximidos de presentar pruebas de ingreso”, acota.

Ni a ella y ni a Jhon les cabe duda de que, si se hicieran pruebas para verificar el nivel de preparación alcanzado en el Cuyagua, los estudiantes de su colegio demostrarían estar muy por encima de sus similares de instituciones públicas e incluso -aseguran- de otras privadas. Fundamentan esa certeza en todo lo que han dispuesto para ofrecer educación de verdadera calidad. Para eso es que cuentan con psicólogos, terapeutas ocupacionales y de lenguaje. Para eso es que tienen su propia biblioteca y para eso es que están por implementar, próximamente, clases de inglés y de música desde el preescolar.

Para Dahis y Jhon la idea de un cheque escolar tiene forma de fantasía, por no decir de delirio. Cuando los puse en el caso de pensar en la posibilidad de que en Venezuela se implementase esta modalidad de subsidio gubernamental directo, ensayada con éxito y vigente en varios de los países estudiados por Tooley, su respuesta transitó primero por la incredulidad, luego por el asombro y, finalmente, por la ilusión: “Imagínate, si el Estado le da un monto determinado a los padres para que éstos puedan pagar el colegio privado de su preferencia, eso sería, en primer lugar, una oportunidad maravillosa para millones de niños venezolanos. Con una ayuda de ese tipo ninguno quedaría fuera, ni de Cuyagua ni de otra escuela particular. En segundo lugar, sería la mejor fuente de recursos para reinvertir en la mejora continua de nuestra atención. Además, la competencia por esos cheques impulsaría a los colegios privados a ofrecer un servicio de calidad cada vez mayor. Esa sería una extraordinaria solución, beneficiosa para todos”.

Los maestros del Cuyagua tienen cómo valorar el asunto de las ayudas económicas directas, pues de acuerdo con la política laboral de la institución, todos los que tienen hijos en edad escolar pueden matricularlos en el colegio con exoneración total de la matrícula. Además de este incentivo, los directivos ofrecen sueldos superiores a los mínimos legales e incluso bonificaciones en divisas. Téngase en cuenta que en la hiperinflacionaria Venezuela el salario básico de un educador de la máxima categoría, docente VI (más de veinte años de carrera) es, de acuerdo con el último ajuste oficial de mayo 2020, de 769.304,01 bolívares al mes; es decir, unos 3.34 dólares a la fecha. La próxima semana, por obra de la voraz e indetenible devaluación, será menos. Y así.

Para Dahis y Jhon las maestras son socias con quienes comparten beneficios y un esquema laboral elástico, de gran compañerismo, pero también un acuerdo claro de obligaciones. Una vez por semana reservan una hora de la tarde para merendar con las educadoras y compartir un rato de charla amena. Los llamados consejos docentes por lo general son realizados fuera del plantel para, al terminar la reunión formal, reunirse en plan informal. Las faltas o las reiteradas impuntualidades se atajan de inmediato. “Con esto somos muy severos. No podemos permitirnos maestras que lleguen tarde o que no vengan. Tenemos un compromiso con padres que pagan lo que a veces no tienen para el cuido y educación de sus hijos. Para eso vienen con nosotros y no a las públicas. Nuestras educadoras saben que deben ser responsables con los alumnos y sus representantes, por tanto están conscientes de que el incumplimiento acarrea amonestaciones y eventualmente hasta el despido”.

Si surge algún conflicto en el aula de clases que sugiera un comportamiento inadecuado del docente, los directivos recurren a los videos de las cámaras de seguridad instaladas en todo el plantel. Al revisar las grabaciones -agregan- se suelen aclarar las situaciones. Los padres saben que contamos con este sistema de vigilancia instalado especialmente para su tranquilidad. Biancari Marcano trabaja en el Cuyagua desde hace siete años. Hablé brevemente con ella, por teléfono, y me contó: “Conocí el colegio por casualidad. Estaba buscando empleo y luego de haber recorrido varios otros llegué a Cuyagua. Me quedé porque desde el mismo momento de la entrevista sentí que era un lugar de trabajo ideal, diría que una gran familia”.

Esta maestra se considera afortunada de poder ganarse la vida en un sitio donde al tiempo que le exigen excelencia y compromiso también le conceden gran confianza y estima.

Estafa pública (y notoria)

También conversé unos pocos minutos con Maira Rodríguez, madre de un alumno que comenzó en el Cuyagua desde maternal, luego estuvo en otro colegio privado, después en uno público, y finalmente acaba de regresar: “Mi hijo tenía ocho meses de nacido cuando entró en Cuyagua. Trabajo todo el día, soy madre soltera. Decidí este sitio por el apoyo y el calor familiar que me brindaron. Pero cuando mi niño pasó a primaria el colegio todavía no tenía primer grado, por lo cual tuve que inscribirlo en uno privado cercano. El problema es que él ahí no se sentía bien, no tenían planificación, la comunicación era pésima. En 2017, cuando la situación del país se complicó aún más por las protestas, lo tuve que retirar, así que lo inscribí en una escuela pública también cercana a nuestra casa. Allí no había clases por falta de agua, o de electricidad, o porque la maestra no asistía. Mi hijo ya no quería asistir además porque otros compañeros le robaban el desayuno o sus creyones. Decidí entonces no enviarlo más y ya que mi situación económica mejoró un poco, acudí de nuevo a Cuyagua, expuse el caso y, el año pasado, aceptaron a mi niño a pesar de que ya había transcurrido la mitad del primer lapso”.

Rossy Sánchez es otra de las madres que encontró a Cuyagua buscando un lugar con las mejores manos para cuidar y educar a su hijo. Hablé con ella, también por teléfono, y me contó lo siguiente: “Buscaba un sitio con seguridad y comodidad para dejar a mi niño todo el día. Me quedé en Cuyagua porque noté que el aprendizaje de mi hijo era muy bueno y él me expresaba lo bien que se sentía con sus compañeritos y sus maestras”. Lo que más valora esta representante es la comunicación entre el colegio y los padres, el seguimiento riguroso que se le da al desempeño de cada alumno y la calidad de la educación que recibe su hijo. Cuando le pregunté por qué eligió un colegio privado si pudo haber ido a una escuela pública gratuita, contestó: “Mira, cuando mi hijo pasó a primaria tomé la decisión equivocada de cambiarlo a un colegio público, donde sus conocimientos no avanzaron e incluso su comportamiento cambió. Esto me hizo volver al Cuyagua. Vale la pena todo esfuerzo. Allí me siento tranquila: sé que lo están formando con excelencia y con valores ciudadanos”.

Cuando dije que al leer El Bello Árbol de alguna manera me sentí frente a mi propia historia, me faltó aclarar que al recorrer sus páginas también me sentí frente a hermosas pero lejanas, muy remotas, realidades nacionales. Para mí, aquello que Tooley contaba sobre la educación de los más pobres en África, India y China, era una preciosa y esclarecedora colección de relatos de experiencias muy distantes. Y lo fue hasta que el profesor Canova me pidió constatar y reportar el caso del colegio Cuyagua, ahí mismo, bien cerca, a pocas cuadras de mi casa.

¿Y ahora?

Lo que sigue, entonces, no son propiamente mis conclusiones, sino más bien mis marcas, mis puntos de partida para continuar el trayecto: Primero: Los más pobres saben, mejor que cualquiera, cuán fraudulenta es la educación pública a la que parecieran estar condenados. Fraudulenta porque no les ayuda a superarse, los sentencia a permanecer en la pobreza. Nadie se los ha contado, lo saben porque lo padecen. Tan lo saben que, a juzgar por el caso del colegio Cuyagua, no parecen dudar en preferir la enseñanza privada, aunque ésta les signifique un esfuerzo económico enorme. Los padres de los sectores más desfavorecidos sí tienen criterio, sí están conscientes. ¿Cómo no van a estarlo si la educación es su única esperanza de superación? Son pobres, no tontos.

Segundo: El colegio Cuyagua de Petare es una clara manifestación de cómo las personas todas cooperamos en libertad y de cómo una sociedad organizada libremente termina siempre por encontrar las mejores soluciones a los problemas que -vaya absurdidad- solo aumentan cuando se incorpora un Poder coactivo, ineficiente y entorpecedor. El Estado jamás podrá garantizar la prestación cabal de los llamados derechos sociales. No lo hace actualmente, ni lo hará. Ni le interesa hacerlo, por mucho que lo suscriba en tratados y pactos de Derechos Humanos o lo escriba en cualquier cantidad de leyes y resoluciones. Todo es puro bla, bla, bla. No lo logrará nunca porque no tiene incentivos adecuados, porque es ineficiente, porque es imposible costear semejante gasto sin, tarde o temprano, ahogado en deudas, financiarlo con inflación; o sea con más empobrecimiento. Ya es hora de reconocer esa realidad y enfrentarla sin complejos.

Tercero: Este emprendimiento educativo privado de bajo costo funciona mejor que las escuelas públicas gratuitas porque sus propietarios tienen incentivos que no existen en las instituciones estatales: trabajan para ellos, para cumplir su sueño que los llevó a arriesgar todo su patrimonio. Porque se juegan la piel. Dahis y Jhon invirtieron todo, imaginaron y trabajan día y noche para hacer realidad sus ideas, se arriesgaron para sacar adelante su empresa, y dado el buen servicio (económico y de calidad) que lograron ofrecer, también lograron la aceptación de los consumidores. Esta acogida se expresa no solamente en la alta demanda de cupos sino además en el reconocimiento de la comunidad al esfuerzo de esta pareja y a los beneficios que su negocio genera para todos. Esta valoración positiva debilita la cierta estigmatización que todavía envuelve a las actividades con fines de lucro y demuestra que la actividad económica libre no está reñida con el compromiso social. Ojalá tengan éxito. Éxito que no será solo para ellos, también será de sus alumnos y de los padres. Y de toda la comunidad. Nunca había percibido tan sentidamente esa mano invisible de la que habla Adam Smith.

Cuarto: Veintiún años de fracaso comunista, más cuarenta anteriores de fracasos socialdemócratas, son más que suficientes para confirmar la inviabilidad de las salvadoras promesas estatistas y para confirmar la urgencia de una alternativa realista para el dramático problema de la educación en Venezuela. La experiencia del colegio Cuyagua de Petare es evidencia de la acción humana que empuja desde abajo, natural, espontáneamente y sin coacción, hacia arriba, hacia la superficie de un orden social armónico alcanzado sin más tutela que la del respeto de los acuerdos voluntarios entre las personas. Frente a un indicio tan claro como ése no queda más que avanzar en la búsqueda e investigar a fin de determinar qué tan extendida está en el país esta forma de adaptación educativa tan parecida a la que Tooley halló en África, India y China.

Y quinto: ¿Y si nos encontramos más y más Cuyaguas? ¿Y si nos encontramos con más escuelas privadas de bajo coste? ¿Y si nos encontramos colegios particulares con matrículas de dos dólares al mes? ¿Y si nos encontramos a papás y mamás satisfechos de la educación que reciben sus hijos? ¿Y si nos encontramos niños y jóvenes más felices, seguros, preparados y en disposición de superarse? Y si encontramos esto: ¿Qué? ¿Los ignoramos o los empezamos a visibilizar? ¿Los negamos o comenzamos a empujar también por políticas de verdaderas garantías del derecho a la educación para los de menos recursos? ¿Los desestimamos o nos convertimos en promotores de un sistema que estimule la libre competencia entre emprendimientos de enseñanza? ¿Lo desdeñamos o nos convertimos en defensores de la libertad de los padres para elegir, entre diversas opciones, la mejor para su hijo? ¿Nos desentendemos o proponemos la implementación de la modalidad de cheques escolares para que el Estado subsidie, a todos, la matrícula en el colegio privado de su preferencia? ¿No serían los váuchers una mejor manera, mucho menos costosa además, de cumplir con su obligación en educación? ¿Nos olvidamos? ¿Volteamos la mirada y ya? ¿O hacemos algo para que todos los niños de Petare, de Venezuela, tengan la suerte que tuvo María José España, la hija de la ama de casa y del mototaxista, de graduarse de abogada en la UCAB?

María José España



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